Hay personas que llegan a tu vida sin hacer ruido, sin anunciarse, y de pronto la transforman. No con grandes promesas ni con gestos espectaculares, sino con su presencia, con la manera en que hacen más ligeros tus días y más cálidas tus noches. Ellas son las que convierten lo ordinario en algo hermoso, las que hacen que lo cotidiano se sienta diferente, las que con un simple mensaje, una sonrisa o un abrazo sincero logran que el mundo deje de ser tan pesado.
Pero, a veces, por orgullo, por descuido o porque creemos que siempre estarán ahí, dejamos que se vayan. No nos damos cuenta de que no todos los corazones son eternos, ni todas las almas están dispuestas a esperar. Y cuando esas personas se marchan, se llevan consigo la luz con la que iluminaban nuestras sombras. El mundo vuelve a ser gris, y entonces entendemos —cuando ya es tarde— que no cualquiera sabe hacer bonito lo que parecía vacío.
Por eso no dejes escapar a quienes dan color a tu vida, a quienes saben estar en tus silencios y no sólo en tus celebraciones. Cuídalos, porque son tesoros raros en un mundo lleno de prisas y apariencias. No los dejes marchar pensando que habrá alguien igual, porque no lo habrá. Cada ser humano es único, y quien hace bonito tu mundo, lo hace de una forma irrepetible.
Y si algún día los pierdes, aprenderás con melancolía que lo más valioso no era lo que tenías, sino con quién lo compartías. 
 
.jpg)