Aprendí que todo el pájaro que nace enjaulado cree que volar es de locos. Y que, curiosamente, el lugar más peligroso para un ave es su propio nido, ya que es el único sitio donde nada sucede.
Aprendí que no debes buscar el éxito para ser feliz, sino que debes buscar ser feliz y ese será tu éxito.
Aprendí que por cada persona dispuesta a inflar un globo hay mil dispuestas a pincharlo. Y que aún así deberíamos inflar no uno, sino mil.
Aprendí que no envejeces el día que pruebas cosas nuevas, sino el día que decides dejar de probarlas. Y que nunca se es demasiado viejo para fijar un objetivo nuevo ni demasiado joven para empezar a conquistarlo.
Aprendí que hay una cosa que pesa más que hacer y fracasar: no hacer y lamentarse. Y que no hay que buscar como cambiar el pasado sino cómo crecer gracias a él.
Aprendí que no es valiente el que salta sin tener miedo, sino el que salta a pesar de tenerlo. Y que mil días que te quedas en la orilla analizando el océano valen menos que un solo día que te echas a la mar.
Aprendí que un camino con derrotas es una escuela de victorias. Y que cada fracaso es un paquete con un lazo, dentro del cual se esconde una enseñanza con tu nombre.
Aprendí que no hay que trabajar tan poco que no te llegue para vivir, pero tampoco tanto que vivas para trabajar. Y que si la vida te sonríe con dinero, ganas más no cuando lo usas para agrandar tu casa, sino cuando lo usas para aumentar tu huella.
Aprendí que las grandes personas son aquellas que, aún sabiendo que es su último día en la tierra, deciden plantar un árbol. Y que no es ciego el que no ve, sino el que aún pudiendo ver, decide no mirar.
Aprendí que no hay nada más bonito que no te llegue el tiempo que pasas con la persona con la que pasas más tiempo.
Aprendí que el día que pierdes tu parte humana tal vez no pierdas el éxito, pero dejará de valer la pena. Y que la vida es como un espejo... cada vez que le regalas tu sonrisa, te la devuelve.
Cuento del Sabio Ling
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