Me gustan las personas que no juzgan un libro por su cubierta, me gusta la gente con curiosidad, con afán, pasión y delicada paciencia por pasar cada página de esa novela para descubrir sus esencias, su historia, su magia. Porque los tesoros más bellos se hallan más allá de la frontera de un rostro, de un modo de vestir o de esa actitud tímida, que a veces, esconde una personalidad asombrosa.
Sabemos que decir esto es fácil, que queda bien como eslogan y que es ideal para colocarlo en un libro de autoayuda. Sin embargo, si hay algo que todos hemos experimentado es que los prejuicios y los estereotipos vienen de fábrica en muchas mentes, y de ahí, que las clásicas atribuciones de que lo bello es bueno, lo atractivo es noble y la juventud un valor que preservar hace que sigamos viviendo en una sociedad camufladamente hipócrita.
“La vida interior necesita una casa confortable y una buena cocina”
-David Herbert Lawrence-
No es sencillo atisbar a simple vista las esencias de una persona. Para lograrlo, no solo se necesita tiempo y romper muchos de esos sesgos que hemos asimilado como nuestros porque mayoritariamente la sociedad los acepta como válidos.
Lo que se necesita por encima de todo es voluntad, es el deseo imperante de querer ir más allá de las apariencias y de las frases hechas que no contemplan excepciones. Porque muchas veces nos encontramos en contextos donde todo el mundo se esfuerza por aparentar algo que no es, por vender virtudes que no poseen u ocultar bellezas reales que se esconden bajo toneladas de denso maquillaje y épocas de bulimia.
Son comportamientos tan insanos como infelices. Es necesario explorar en las esencias ajenas y también en las propias, ahí donde hallar ese equilibrio perfecto entre lo que somos y lo que mostramos, entre lo que sentimos y lo que exteriorizamos…
Los ángeles están en las esencias
A menudo se dice aquello de que el demonio está en los detalles y los ángeles en las esencias. Es como si las cosas más importantes escaparan a nuestra vista o a nuestra atención, siempre tan ocupada, hiper-estimulada y distraída. Ahora bien, por curioso que nos parezca, es aquí precisamente donde se ancla la raíz el problema, la respuesta a por qué casi el 90% de nosotros juzgamos casi al momento basándonos solo en la mera apariencia de una persona: necesitamos hacer una valoración rápida para saber cómo reaccionar.
Nuestro cerebro es un economizador nato. Sabemos que la metáfora del ordenador está muy manida, pero lo queramos o no este órgano “casi” perfecto funciona de este modo: procesa datos, obtiene una conclusión y genera una respuesta.
Así, ante una apariencia que no es común para nosotros, ya sea porque esa persona es extranjera, tenga otra cultura u otro color de piel, lo más probable es que nuestro cerebro la etiquete como “no confiable” y que nos invite, discretamente, a alejarnos. Porque lo “diferente” para muchos sigue siendo “peligroso”.
Sin embargo, nuestro cerebro ha hecho un recorrido previo para llegar a dar este tipo de respuestas y reacciones. Nuestra educación, nuestras experiencias previas y nuestra personalidad son algunos de los factores que le han dado forma a este filtro. Son ellos los principales responsables de esa disposición a caer antes en los sesgos o, por el contrario, a dejar a un lado los estereotipos para mostrar más apertura, en consecuencia más interés por quien tiene en frente.
Los auténticos ángeles por tanto, residen en las esencias de las personas y es ahí donde debemos llegar siendo capaces de ampliar esos filtros perceptuales, restando poder a nuestros sesgos, a los estereotipos que nos inocula la sociedad y a esas etiquetas arbitrarias que solo las mentes cerradas, inflexibles y con visión de túnel suelen aplicar en su día a día.
Sara Espejo