¿Te has preguntado alguna vez quién es la persona más importante de tu vida? Seguro que estarás pensando en tu pareja, en tus hijos, en alguno de tus padres o quizá en un buen amigo de esos que nunca fallan. Seguramente sientas que esas personas que encabezan tu lista de prioridades merecen todo tu cariño, respeto y confianza. También, tengo la seguridad de que tratarás por todos los medios de ser merecedor de esa misma posición en su lista de personas queridas e importantes.
Sin embargo, existe alguien en la vida de cada uno de nosotros que permanece en la sombra y a quien pocas veces atendemos como merece. Solemos posponer la atención de las necesidades que tiene y, en muchos casos, hasta ignoramos cuáles son.
Esa persona a la que me estoy refiriendo eres tú mismo: ese personaje que escuchas tan poco y con el que pocas veces entablas una conversación. Aquel que, en muchas ocasiones, tiene que gritar a tu oído, por medio de desequilibrios o enfermedades, para que escuches lo que necesita.
Apréciate y date mimos: ¡eres único!
Si pudieras verte como la persona más importante de tu vida, incluirías en tu relación contigo mismo grandes dosis de respeto, atención, cuidados y atenta escucha de tus necesidades. Te mimarías tanto como lo harías con el gran amor de tu vida.
Sin embargo, hemos sido educados para que todos esos cuidados y atenciones sean etiquetados de egoístas y, en algunos casos, incluso de narcisistas. ¡Nada más lejos de la realidad!
Si buscamos un equilibrio en nuestra vida es necesario que hagamos un análisis del principal obstáculo que encontramos en nuestro camino hacia esa plenitud, la ausencia del amor a nosotros mismos. Este es el principal impedimento para llegar a vivir una vida plena, aunque existen otros fenómenos que influyen en el funcionamiento vital sano y que los estudia la psicología positiva.
Ámate primero a ti mismo
Todos conocemos el dicho popular: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Es importante darnos cuenta de que, casi sin percibirlo, hemos puesto siempre al prójimo por delante, sin saber muy bien por qué ni cuestionarlo.
Sin embargo, ¿cómo puede alguien dar algo de lo que carece? Si no tienes dinero, es muy improbable que puedas hacerle un préstamo a un amigo. Desde ese discernimiento, podemos afirmar que si yo no me amo, acepto y respeto, es imposible que cuando me ponga frente a ti vaya a conseguir aceptarte, respetarte o amarte. ¡No puede ser de otra manera!
Acéptate: eres perfecto en tu imperfección
El primer paso es darle importancia a una sana autoaceptación en todos los sentidos y todos los aspectos de ti mismo. Y cuando digo autoaceptación, no me refiero a aceptar lo que me gusta y rechazar aquello que no entra dentro de los exigentes ideales que tenemos acerca de la perfección. Hablo de unaaceptación que lo abarca todo, lo que consideramos perfecto y, también, lo que consideramos imperfecto, absolutamente todo. Solo desde ahí puede surgir una forma sana y madura de vivir, que nos conduzca, de manera irremediable, a una sana autonomía y salud integral.
Acepta tu cuerpo
¿Qué te parece empezar por el envoltorio? ¿Cuántas palabras o pensamientos agradables, cariñosos y respetuosos le lanzas a la imagen que te muestra el espejo? ¿En cuántas ocasiones has faltado el respeto a tu cuerpo hablando de él de forma poco amable?
Si quieres vivir de una forma más saludable y feliz eso tiene que cambiar. Podrías empezar con unos pequeños pasos como estos:
Vigila tu diálogo interno: el darse cuenta de cómo pensamos, es el primer paso para dejar de hacerlo.
Pregúntate qué tienen de verdad esos pensamientos: en muchas ocasiones hacemos juicios acerca de nuestro cuerpo que están muy lejos de la realidad. Son creencias de segunda mano que nada tienen que ver con nuestro lo que realmente sentimos.
Agradece a tu cuerpo el servicio prestado: cuando te das cuenta de la cantidad de prestaciones que te ofrece el espléndido cuerpo que te pertenece, las percepciones erróneas acerca de cómo debería ser, tienden a disminuir o incluso a desaparecer.
Respira y observa tu cuerpo sin juicios: dale a tu cuerpo la oportunidad de ser percibido inocente, importante, amado. Permite que se sienta libre de juicios. Repitiendo estos sencillos pasos dos o tres veces al día, irás generando de forma gradual un nuevo hábito que te permitirá comenzar a vivir de una forma más pacífica y afectuosa respecto a ti mismo.
Acepta tus emociones
Otra área que conocemos muy por encima y tenemos bastante descuidada es la parte emocional que nos compone. ¿Cuánto respetas a tus emociones?
En nuestro vivir, se producen continuamente comportamientos y emociones que diseñan nuestra relación con el entorno y con los demás seres humanos. Desgraciadamente, solemos actuar y sentir casi en ‘piloto automático’, ya que las prisas y ajetreos de nuestra actual sociedad dejan poco tiempo para mirar hacia dentro.
Aún así, nunca es tarde para echar un vistazo a nuestro mundo emocional y darle un poquito de atención y amistad poniendo en práctica estos pequeños truquitos:
- Serena tu mente: Dedica todos los días pequeños ratitos a respirar profundo y realizar pequeñas meditaciones, observando qué estás sintiendo y en qué parte de tu cuerpo lo sientes. No hace falta que sean más de 5 minutos y lo puedes practicar en cualquier lugar, en el metro, en una cafetería o incluso en tu lugar de trabajo.
- Observa y acepta: Observa qué sientes o piensas como si fueras un testigo externo, sin juicio alguno. Date cuenta de qué es exactamente lo que estás sintiendo, sé sincero contigo mismo. Lo importante es observar sinceramente esa emoción, no te engañes. Cualquier sentimiento merece tu respeto: es tuyo.
- Abraza tus emociones: Intenta, sea lo que sea lo que sientas, abrazar con cariño tu sentir, como si de un niño pequeño y tierno se tratara. Sea lo que sea, si está en ti, merece tu abrazo de bienvenida.
- Respira y no enjuicies
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