Además de la alegría que supone encontrárselos junto a una conífera, un alcornoque o un roble, al llevarlos a la mesa –salteados con ajo y cebolla, por ejemplo– se convierten en una dulce y afrutada fuente de polisacáridos inmunoestimulantes.
Distingue las variedades: el más apreciado es el Cantharellus cibarius, de color casi anaranjado, pero se venden como rebozuelos las variedades pallens (blanquecina) y alborufescens (aún más blanca).
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