Comer con las manos es más que un acto divertido: el tacto revela nuevas sensaciones y las recetas concentran en uno o dos bocados una gran riqueza de sabores y nutrientes.
Bocados veganos para disfrutar con las manos
El concepto finger food nace de la necesidad de unir la comida gourmet con la cocina práctica. La idea es que el comensal pueda servirse en un plato comunitario y no necesite ninguna herramienta para llevarse el "plato" a la boca: ni cubiertos, ni plato, ni nada.
En muchas ocasiones, uno de los ingredientes actúa como recipiente e incluso como cubierto. La idea es que sean recetas fáciles y rápidas de ejecutar para liberar las cocinas en situaciones en las que estas están saturadas: puede ser un banquete de 300 personas o una cena en casa con amigos.
Suelen ser comidas informales, servidas en bufé, pensadas para compartir y crear una complicidad entre los comensales.
Se buscan combinaciones originales y suelen tener texturas crujientes, que crean una sensación de diversión instantánea. La idea es sintetizar todos los sabores de un plato en uno o dos bocados.
Tendencia en la alta cocina
En lo gastronómico, podemos decir que fueron Ferran Adrià y el equipo del restaurante El Bulli los que comenzaron a apostar por este tipo de experiencias alrededor de la alta cocina, creando un menú degustación en el que muchos de los platos podían cogerse con los dedos. Rompían así con la tirantez de la alta cocina francesa dejando que dominaran las influencias asiáticas.
Hoy en día, muchos grandes cocineros siguen la tendencia. Entre ellos, Andoni Luis Aduriz y el equipo de Mugaritz, que ofrecen un menú en el que domina la ausencia de cubiertos, lo que consigue acercar al comensal a la esencia de su cocina.
No es nuevo
En sociedades como la India, comer con las manos es un acto de acercamiento y agradecimiento a la naturaleza.
Un concepto similiar se emplea en la cocina dulce, con los famosos petit four, que son pequeñas elaboraciones dulces diseñadas para comer con los dedos y una mínima elaboración, por lo que se sirven al final de los menús como cortesía.
Y también está relacionado con la street food o comida callejera, muy desarrollada sobre todo en México y Estados Unidos, gracias a la cual comer con las manos se ha popularizado y dignificado.
Volver a los orígenes
La tendencia nos recuerda que somos quiroterios, es decir, animales dotados de manos para comer. No necesitamos nada más. ¿Cuando comes con las manos los alimentos no te saben mejor?
Con las manos podemos recoger los alimentos de la naturaleza, lavarlos y prepararlos para comerlos también con las manos.
Otro tema importante es la digestión, la cual no solo ocurre dentro del cuerpo, sino también fuera de él: comienza por los ojos y sigue a continuación por el sentido del tacto: cuando tocas un alimento, estás enviando información al cerebro y al estómago de cómo se va a relacionar ese alimento con tu sistema.
Estamos creando una cierta expectación, lo cual incorpora un sentido más a la experiencia y aumenta la sensación de placer gastronómico.
¡Como niños! También nos libera de los prejuicios del protocolo y nos provoca felicidad al conectarnos con nuestra infancia. Y es que comer con las manos es todo un placer: ¡para chuparse los dedos!
El doctor Karmelo Bizkarra, especialista en nutrición antroposófica y director del Centro de Salud Vital Zuhaizpe, nos explica la importancia de las energías sutiles de los alimentos
Hablamos con el Dr. Karmelo Bizkarra de las energías sutiles de los alimentos, básicas para mantener el equilibrio y la salud pero aún muy desconocidas y sobre el arte de curar con la medicina y nutrición antropológicas.
Karmelo Bizkarra es director médico del Centro de Salud Vital Zuhaizpe, en Navarra. Es también autor de libros como El arte de saber de alimentarte (ed. DDB) y profesor universitario de Medicina Naturista.
Desde Zuhaizpe, reconocido como Centro Médico y Psicológico por el Departamento de Salud de Navarra, propone una alimentación vegetariana higienista, dietas depurativas o incluso ayunos controlados, así como un profundo trabajo emocional.
Karmelo Bizcarra: el arte de elegir alimentos con vida
Al Centro de Salud Vital Zuhaizpe que dirige Karmelo Bizcarra no solo llegan personas que desean recuperar la salud sino también quienes necesitan un cambio vital. Allí, él y su equipo les proponen un programa de salud personalizado en el que la alimentación es esencial...
–Además de calorías, proteínas... ¿aportan algo los alimentos de lo que no seamos conscientes?
–Las calorías son un índice de cantidad, no de calidad. En la forma y el color de los alimentos hay energías sutiles. Al ingerirlos extraemos esas energías. Siempre recomiendo comer forma y, sobre todo, color. En los últimos años se ha visto que en los pigmentos de los alimentos están los antioxidantes, que impiden que los radicales libres roben electrones a otras sustancias del organismo.
La forma también es importante. Por ejemplo, la calabaza tiene más masa que forma; en cambio, una nuez tiene mucha forma y poca masa, es menos expansiva, más mineral. Expresan cosas diferentes, como dos polos opuestos.
A mí me gusta decir que cuando como una manzana, además de azúcares o calorías, estoy comiendo aquello que hace que sea manzana y no lechuga.
–¿Qué indica la forma de los alimentos sobre su potencial de salud?
–Estamos en los inicios de todo ese conocimiento. No es lo mismo una forma como la de la coliflor, que se expande, a la del sésamo, casi sin masa, más contraído y mineralizado. La calabaza tiene mucha agua y capacidad de crecimiento.
Esa capacidad, al incorporarla en nosotros, ayuda al cuerpo etérico, también llamado cuerpo energético o vital. Deja un impronta diferente a la de una semilla pequeña.
–¿Y cuándo se recomienda un alimento con una forma u otra distinta?
–Somos un espejo de todo lo que hay en el universo y somos parte de ese universo. Algo que se suele recomendar en medicina antroposófica es que en las comidas haya verdura de raíz, tallos y hojas, y flores y frutos. Porque cada parte de la planta actúa sobre zonas diferentes del organismo.
Al comer alimentos vegetales debemos darnos cuenta de que, en definitiva, nos estamos alimentando de lo solar.
Las raíces, para la nutrición antroposófica, actúan ante todo en el sistema neurosensorial, en la cabeza y los órganos de los sentidos. En cambio, flor y frutos actúan más sobre el metabolismo, el aparato digestivo. La parte media, el tronco y las hojas, inciden sobre los sistemas circulatorio y respiratorio.
–¿Puedes dar un ejemplo concreto?
–Si un niño es muy metabólico y le gusta luchar y usar la fuerza, pero las capacidades del pensar no están suficientemente desarrolladas, le recomendaríamos las verduras raíz: zanahoria, remolacha roja, rábano… con toda la energía del alimento crudo que no se ha desprendido con el calor.
Un alimento tostado se parece más a un mineral que al vegetal del que proviene. Hay una desvitalización con el exceso de calor. Aunque a veces es bueno: cocinar los cereales, las patatas o los tubérculos facilita su digestión.
–En cuanto a los colores, ¿qué hace que ayuden a mantener la salud?
–La recomendación sería comer todos los colores del arcoíris. Introducir la gama de los rojos, que es más física, y la de azules y violetas, lo más etéreo y sutil.
Los geólogos dicen que en los estratos inferiores de las prospecciones no aparecen los azules o violetas. Esos colores son los últimos en aparecer en la naturaleza.
Si hay problemas digestivos, los médicos brasileños recomiendan papaya, que es naranja. Nosotros usamos mucho la zanahoria y la calabaza, por no tener mucha fibra dura y ser más fáciles de digerir.
–¿Y el aroma? ¿Se ha perdido la capacidad de asociar aroma y calidad?
–Si vas a un hipermercado, hay luces rojas que aumentan el color de naranjas y fresas. Incluso se añaden sustancias que colorean el alimento. Con el color logran engañarnos… Pero en el olor no.
Yo elijo una manzana o una pera por el olor y no por la apariencia, porque sé que hay técnicas para que aparezcan más bonitas o brillen más.
–Según Rudolf Steiner, los vegetales poseen campos energéticos en espiral que nos ayudan en la curación… –La col romanesco, por ejemplo, refleja esos campos en espiral. Algo que decía Steiner muy bonito cuando dio forma a la agricultura biodinámica es que la parte inferior de las plantas, las raíces, están en contacto con la tierra y recogen lo mineral; el tronco tiene que ver con el influjo y recorrido del agua y la savia; la hoja, con la luz y el aire; y el fruto, con el calor. Tenemos ahí los cuatro elementos de la naturaleza.
La medicina ha desarrollado mucho el conocimiento físico y bioquímico del organismo, pero para mí el médico del futuro va a trabajar con el metabolismo de la luz y las energías. Llegará un día en que aplicaremos la luz del alimento a cada enfermedad o a cada persona según su carácter.
–¿Comer vegetales es comer luz?
–Cuando cojo un trozo de leña y le doy fuego es como si estuviera desprendiendo todo el fuego solar que ha recogido en el árbol. Al comer alimentos debo darme cuenta de que, en definitiva, es lo solar.
Las plantas están atadas a la tierra por sus raíces, pero su crecimiento es la búsqueda del calor y la luz del Sol. Los aceites aromáticos suelen estar en lo alto de la planta, en frutos, semillas o flores. Lo más duro y condensado está en la tierra, y lo sutil en la zona superior. En la parte cercana a la tierra tenemos la celulosa, la lignina, los hidratos de carbono más densos y duros; en la parte media, el almidón; y arriba, en los frutos, los azúcares..
Las raíces estimulan el cerebro y hacen que el sistema neurosensorial organice el cuerpo de forma más saludable.
–¿Tiene la misma fuerza energética una fruta de cultivo biológico que una de agricultura intensiva?
–No. Pueden tener calorías y una bioquímica similar, pero la energía que concentran en esos campos energéticos para mí son muy diferentes.
El agricultor ecológico o biodinámico trata a las plantas de otra manera. No es lo mismo alguien con un pequeño terreno que espera a que la naturaleza dé sus frutos en su tiempo que alguien con 20 hectáreas en una explotación a quien no importan los ritmos de la naturaleza. La actitud no es de respeto sino de expropiación de la tierra.
Esas dos actitudes tan diferentes no pueden dar el mismo alimento, del mismo modo que a dos cocineros no les saldrá igual una receta, porque impregnan con su actitud la comida que están preparando.
–¿Cómo influyen los astros en los vegetales? ¿Su contenido cambia según la fase astral de la cosecha?
–Sí, totalmente. En la agricultura biodinámica hay momentos de plantar raíces o de sembrar o de recoger… Eso lo viví de pequeño porque mi padre era carpintero y me decía que la madera había que cortarla en mengua, con la luna decreciente, porque así tenía menos agua, se pudría y se agrietaba menos.
Luego me di cuenta de que en creciente, en luna llena, el agua de la tierra sube hacia el árbol, hacia la savia, y en mengua esa agua va otra vez hacia la tierra. Es como una gran respiración. La planta inspira en el cuarto creciente y espira en el cuarto menguante.
Algún día quizás nos daremos cuenta de que en el organismo posiblemente el anabolismo sea mayor en cuarto creciente de la luna, y el catabolismo, o la desintoxicación, en cuarto menguante.
Es posible que algún día veamos que nuestro metabolismo se rige por los ciclos de la luna.
–¿Cuáles son los "alimentos con vida", capaces de regenerarnos?
–Los vegetales: frutas, verduras, frutos secos, cereales integrales, cierta cantidad de legumbres… teniendo en cuenta que en principio lo crudo debe abundar. Los alimentos sanos deben tener mucha agua, porque el 70% del cuerpo es agua. Y frutas y ensaladas son los que más tienen.
El gasto ecológico, además, es mucho menor al comer fruta o verdura. En la crianza de los animales se usa mucha agua, se contamina la tierra, el agua y el aire.
–¿Al alimentarnos con animales incorporamos su sufrimiento?
–Yo viví en Durango y a 200 metros tenía el matadero municipal. De niño me despertaba a las cuatro y media de la madrugada con el chillido de los cerdos que iban a matar.
Cuando por la mañana íbamos a la escuela, sabíamos que muchas vacas, cerdos y caballos se escapaban porque olían que no iban a un buen sitio, estaba en su campo de conciencia.
Esa carne está impregnada por adrenalina, corticoides, hormonas que el animal segrega con ese sentimiento de que algo malo le va a ocurrir. Los animales y los seres humanos somos sintientes.
Yo considero que la carne está impregnada de esos sentimientos y que al cuerpo le supone un gasto energético neutralizar esa carne que no es nuestra y quitar la impronta del recuerdo de dónde viene.
–¿Qué cambios básicos se pueden hacer para estimular la curación?
–En alimentación, el cambio más sencillo es comer color, y este se concentra en frutas y verduras. No lo hay casi en la carne ni el pescado. Por otro lado, cuando un alimento se cuece pierde color.
Si comemos crudos –sería mi segunda recomendación–, sí incorporaremos esos pigmentos antioxidantes.
En tercer lugar, comer consciente, darse tiempo, apagar la televisión, desconectar el teléfono… Con eso las energías sutiles de los alimentos te entran directamente por la boca.
–¿De qué forma nos nutren esas energías sutiles?
–El maestro espiritual búlgaro Mikhaël Aïvanhov decía que en la boca hay órganos capaces de recoger la energía sutil de los alimentos.
A mí me sorprende que tras ayunar 20 días, cuando las personas se ponen a tomar fruta acuosa o zumo, a los dos o tres minutos se sienten enseguida con energía. ¿De dónde la sacan? El alimento casi no ha llegado al estómago, no ha pasado a la sangre ni por el filtro del hígado y no ha ido a las células…
Hay ahí una energía sutil que recogemos en el momento en que estamos comiendo. O como cuando ves una fuente y tienes mucha sed. En el momento de beber, la sed desaparece, pero las células deshidratadas aún no han recogido el agua…
–¿Algún consejo más?
–Comer con hambre. Muchas veces comemos por angustia, preocupación, desamor… pero no por necesidades nutritivas. Comemos a deshoras o en una reunión con toda la tensión. El cómo comemos es importante.
Muchas veces comemos por angustia, preocupación, desamor… pero no por necesidades nutritivas.
–A Zuhaizpe llegan personas que han pasado antes por varios médicos. ¿Puede explicarnos algún caso en que haya habido mejoría?
–El año pasado vino un hombre por una EPOC, una alteración crónica del pulmón. Había sido internado unas diez veces en los meses previos. En el centro estuvo comiendo frutas y verduras y luego hizo un ayuno. Al volver este año no había requerido hospitalización y había dejado los broncodilatadores.
Este tipo de curaciones las vemos a diario. Cuando se eliminan embutidos, fritos, conservas, vinagre, sal… el cuerpo empieza regenerarse y desintoxicarse. Una alimentación integral y ecológica ayuda a la curación.
–¿Qué otras terapias se aplican en el centro?
–Decimos que es como un triángulo. En la base está la medicina higienista, que promueve factores de salud: alimentación sana, ejercicio, relajación, contacto con la naturaleza, expresión emocional, quietud mental… Todo en un entorno ecológico que facilita el reencuentro con uno mismo.
El otro lado del triángulo es la parte psicocorporal. Usamos terapias no desde lo psicológico sino también entrando desde lo corporal. El cuerpo, al igual que la mente, guarda la memoria de lo vivido. Hay que moverlo y desbloquearlo.
–¿Y el tercer lado?
–La Medicina Tradicional de Occidente, que se concreta en las medicinas espagírica, antroposófica y homeopática. El ser humano ha interiorizado en forma de órganos los procesos que en la naturaleza se hallan en forma de minerales, plantas o animales.
Si un órgano enferma, voy a darle al cuerpo como modelo un mineral o planta, a veces una sustancia animal, para ayudarle a despertar el modelo de organización o buen funcionamiento fisiológico de ese órgano.
Los estudios científicos indican que nuestros cuerpos funcionan mejor cuando hacemos corresponder el horario de las comidas con los ritmos circadianos.
Los nutricionistas y biólogos debaten desde hace muchos años sobre cuál es la dieta más adecuada para gozar de una salud óptima. Los estudios se centran sobre las cualidades de los alimentos, pero cada vez hay más pruebas de que también es crucial cómo se reparten las ingestas a lo largo del día.
En el cuerpo, muchos procesos siguen un ritmo de 24 horas. Por ejemplo, el ciclo de vigilia y sueño. Y estudios recientes indican que la alimentación debe sincronizarse con este ciclo.
Hay horas buenas y malas para comer
Esa es la idea de partida del libro The Circadian Code, del doctor Satchin Panda, profesor del Salk Institute y experto en investigación de los ritmos circadianos. Panda recomienda realizar todas las ingestas en una ventana de 8 a 10 horas (por ejemplo, entre las 11 de la mañana y las 7 de la tarde) y permaner en ayunas las restantes 14-16 horas.
Esta recomendación se basa en que estamos más preparados para digerir los alimentos por la mañana y por la tarde, debido a los ciclos de producción de hormonas y enzimas digestivas.
Sin embargo, la mayoría de la gente empieza a consumir alimentos poco después de levantarse y toma su última ingesta antes de irse a la cama. De esta manera el periodo de descanso digestivo se reduce prácticamente a la mitad.
Según el doctor Panda, este tiempo reducido no permite que el sistema digestivo y otros sistemas y órganos corporales descansen y se regeneren, lo que puede llevar a desarrollar trastornos metabólicos y otras enfermedades.
En el cuerpo hay muchos relojes
Se sabe desde hace mucho tiempo que el cuerpo está regido por un reloj director situado en el cerebro, en el hipotálamo, que rige el ciclo de sueño y vigilia. Pero desde hace un par décadas, se ha descubierto que varios conjuntos de genes se expresan a la misma hora todos los días, lo que seguramente significa que prácticamente cada órgano se rige por su propio reloj.
Por ejemplo, el páncreas aumenta durante el día la producción de insulina, que controla la concentración de glucosa –azúcar– en la sangre, y la disminuye durante la noche. El intestino tiene asimismo un reloj que regula la producción de enzimas, la absorción de nutrientes y la depuración de residuosos. Los millones de bacterias que constituyen la microbiota intestinal operan también a un ritmo diario.
Digerimos mejor cuando hay luz
Como consecuencia, quemamos más calorías y digerimos los alimentos de manera más eficiente por la mañana y peor por la noche. Prueba de ello es que los trabajadores por turnos que suelen comer durante la noche sufren una incidencia mayor de obesidad, diabetes, algunos tipos de cáncer y enfermedades del corazón.
El doctor Panda y sus colegas tomaron ratones y los dividieron en dos grupos. Uno tenía acceso durante las 24 horas a alimentos ricos en grasa y azucarados. El otro comió los mismos alimentos pero en una ventana diaria de solo ocho horas.
A pesar de que ambos grupos consumieron la misma cantidad de calorías, los ratones que comieron cuando quisieron se engordaron y enfermaron, mientras que los ratones en el régimen de restricción de tiempo no mostraron ninguna tendencia a la obesidad, el hígado graso o la enfermedad metabólica.
Menos obesidad, oxidación e hipertención
La doctora Courtney Peterson, profesora de la Universidad de Alabama, realizó un experimento similar con personas. Los participantes comieron en dentro de un margen de 12 horas durante cinco semanas y luego redujeron ese margen a solo 5 horas durante la mañana.
Al analizar las variables comprobó que cuando las personas estuvieron sometidas al margen más estricto mostraron niveles de insulina más bajos, menos oxidación, menos hambre durante la noche y una presión arterial significativamente más baja.
En conclusión, los estudios sugieren que para la mayoría de personas sería bueno que agruparan sus comidas durante las horas de luz y que cenaron temprano y de forma más ligera