Si queremos relaciones sanas, que nos nutran de afecto y que podamos mantener en el tiempo para nuestro mayor bien, será necesario hacernos conscientes de que atraemos a nuestras vidas lo que se encuentra en sintonía con nuestra vibración.
A veces nos preguntamos por qué se acercan a nosotros personas con determinadas características, como si de un patrón se tratase, sin llegar a profundizar en la respuesta a esa interrogante. Justo allí estarían las claves para iniciar un trabajo de revalorización interno que nos coloque de frente con lo que llevamos dentro y nos permita ver si estamos atrayendo desde nuestro estado de amor o desde nuestro estado de carencia.
Desde el amor
Cuando atraemos desde el amor, recibimos justo eso. Incluso cuando las relaciones no se convierten en lo que nos gustaría, nos dejan el buen sabor en la boca de que estuvimos con una persona que llenó nuestra vida de amor, de color, de atención y de momentos y detalles especiales.
Desde la carencia
Mientras que cuando atraemos desde la carencia, sentimos que son los demás los que deben llenar nuestros vacíos emocionales. Quedándonos con la sensación de que las personas que se acercan a nuestras vidas nunca nos dan lo suficiente. Que somos nosotros lo que aportamos más, que el resultado son relaciones que nos restan, que nos llevan a menos.
Y es que desde la carencia, pretendemos que alguien venga a llenar lo que solo nos corresponde a nosotros darnos. Somos seres completos. No necesitamos complementarnos, ni unirnos a alguien para realmente ser en nuestra máxima expresión.
Así que cuando buscamos relacionarnos con alguien para satisfacer nuestras necesidades y llenar los vacíos que sentimos, estamos arrancando con mal pie. Porque quien se sienta pleno, capaz de compartir su propia felicidad con otro, no se va a sentir atraído por esa persona que busca a alguien para rellenar lo que siente en blanco.
La felicidad se comparte
Normalmente las parejas felices, las conforman dos personas que pueden y saben ser felices de manera individual. De lo contrario, la felicidad dependería del otro y cualquier foco de felicidad externo, es simplemente un disfrute momentáneo, una felicidad disfrazada, que cuando se quita la capa está llena de dudas, de dependencias, de necesidades y de apegos, por lo tanto no es real, no es genuina y no es sostenible en el tiempo.
Ninguna persona que se acerca a nosotros es por error. Cada una nos habla de lo que estamos ofreciendo al universo a nivel vibracional y este universo con capacidad de dar y responder generosa y obedientemente, nos está enviando a personas que estén en la misma sintonía.
No nos disgustemos por tener relaciones complicadas, vacías, que no nos ofrecen lo que conscientemente queremos. Agradezcamos por cada oportunidad que se nos presenta de evaluar lo que atraemos y miremos nuestros cambios a través de esos espejos maravillosos que se nos presentan por petición energética en nuestras vidas.
Si queremos cambiar lo que se nos acerca, debemos cambiar nuestra vibración. Para ello será necesario amarnos más, respetarnos, cuidarnos, creer en nosotros mismos y anular toda creencia que nos esté saboteando la posibilidad de que el universo nos sorprenda con alguien con quien podamos entretejer caminos y sentirnos satisfechos con lo que construimos.
Muchas veces una misma relación se presta para cambios de ambas partes, llegando en conjunto a convertirse en una relación que se da desde el estado del amor, en lugar del de la carencia. Pero esto requiere un trabajo individual, que puede verse favorecido por la colaboración y el aporte de cada uno en la vida del otro.
Los miedos más comunes cuando establecemos una relación con alguien son los siguientes:
- Miedo a que no nos amen.
- Tememos perder a quien nos interesa.
- Miedo a mostrarnos como somos.
- Miedo a fracasar.
- Tememos que jueguen con nuestros sentimientos.
- Miedo a que nos engañen.
- Miedo a no ser suficientes.
- Tememos que haya otra persona con mejores cualidades que nosotros.
- Miedo a no poder corresponder a lo que nos ofrecen.
La mente es la fuente de todos nuestros miedos, en especial nuestro ego, que se siente en la necesidad constante de protegernos, pero en medio de ese intento de cuidarnos, nos aleja del amor verdadero. Saber identificar cuando es la mente la que habla y no nuestro corazón, nos coloca en una posición de gran ventaja al momento de decidir a qué debemos darle fuerza y en qué dirección deben ir nuestras apuestas.
Cuando dejamos de sentir esos miedos y damos paso a la confianza, nos podemos dar el lujo de ser quienes somos en realidad y esperar que solo por eso ya nos ofrezcan el amor del que nos gustaría disfrutar. Por ello debemos sentirnos merecedores de amor y con capacidad de ofrecer justo eso a quien nos interese para compartir al menos un trayecto de nuestras vidas.
Más corazón, menos mente… Más amor, menos carencia…
Por: Sara Espejo