CÓMO LIMPIAR EL ALMA Y EL CUERPO.
CÓMO LIMPIAR EL ALMA Y EL CUERPO.
La autenticidad y la honestidad son características difíciles de encontrar en un mundo en el que reinan las apariencias. Mostrarnos tal cual somos muchas veces no solo no es reconocido como algo bueno, sino que puede conllevar consecuencias negativas.
La honestidad se ha vuelto algo tan exótico que cuando es detectada, o bien es rechazada o bien la enaltecemos transformándola en un fetiche, una curiosidad que nos genera interés pero que nunca llegamos a considerar natural del todo.
Sin embargo, y a pesar de todo esto, aún existe gente que, en su día a día, vive a través de la autenticidad. En ocasiones es difícil detectarlas, porque la honestidad también puede llegar a ser fingida y calculada como una estrategia de marketing personal.
Afortunadamente, si desarrollamos una cierta sensibilidad para ver más allá de las apariencias, las personas auténticas aparecen ante nuestros ojos... incluso allí donde no esperábamos encontrarlas.
Para saber diferenciar a las personas auténticas de las que viven por y para su imagen pública, es necesario que nos fijemos en los resquicios de su personalidad que se intuyen detrás de sus acciones, de su manera de hablar y del contenido de lo que dicen.
Aunque no hay una única manera de poder apreciar la diversidad de opiniones y de personalidades de la que hacen gala las personas auténticas, aquí propongo 10 rasgos básicos para intuir cuándo estamos teniendo una conversación con alguien que se muestra tal y como es.
Las características principales de las personas auténticas son estas.
Podría pensarse que quien está nervioso está ocultando algo, pero en realidad no es así. Todas las personas, independientemente de si son más o menos tímidas o más o menos extravertidas, pueden llegar a mostrarse muy nerviosas es situaciones sociales aparentemente poco complejas.
Las personas auténticas no consideran que los temblores de voz y los momentos de dudas acerca de lo que se va a decir sean una debilidad, y por consiguiente no se arrepentirán de haberse mostrado de esa manera ni tratarán de disimular su estado de ansiedad con cualquier excusa que sirva para interrumpir la comunicación.
Aunque pasaran un mal rato, tratarán de expresarse de la manera más franca posible, e incluso se referirán a su propio estado de nerviosismo sin ningún reparo.
Las personas auténticas dan su opinión sin filtros cuando creen que esta puede resultar de interés en cierto contexto.
No forzarán sus propios puntos de vista para que encajen en el consenso general, entre otras cosas porque si todo el mundo hiciera lo mismo esta "opinión unánime y colectiva" estaría totalmente desdibujada.
Nos hemos transformado en personas tan competitivas que hemos abrazado la idea de dar una imagen falsa de nuestra personalidad para encontrar un hueco en la sociedad. Eso hace, por ejemplo, que incluso sea relativamente normal fingir felicidad para generar más aceptación.
Las personas auténticas rechazan el mandato de estar siempre contentas y felices, independientemente de las circunstancias, porque viven según una filosofía en la que incluso el dolor y la frustración son emociones naturales y deben ser aceptadas.
Las personas auténticas ofrecen cumplidos de manera espontánea, incluso en situaciones en las que no son esperadas. Eso implica que no se preocupan por si eso genera suspicacias en la otra persona, que podría llegar a pensar que se intenta ganar su favor para conseguir algún objetivo.
En cambio, las personas que ofrecen cumplidos por intereses personales los suelen dar en contextos en los que socialmente son parte de las convenciones y no resultan inesperados, como por ejemplo al probar un plato hecho por otra persona.
Las personas auténticas dejan claro cuándo están decepcionadas o enfadadas por algo, en vez de recurrir a ciertas estrategias para "vengarse" del otro, como por ejemplo dejar de hablarle sin dar explicaciones sobre lo que les ha sentado mal.
Dicho de otro modo, no se muestran pasivo-agresivas ante los conflictos, sino que actúan de manera consecuente y muestran su rechazo ante cosas que consideran injustas.
Cuando una persona auténtica hace algo movida por la fe, la esperanza o simples intuiciones, explica sus motivos con transparencia. Eso significa que renuncia a la posibilidad de camuflar su ignorancia acerca de lo que va a pasar recurriendo a argumentaciones aparentemente racionales para que parezca que su criterio es merecedor de una mayor autoridad.
De algún modo, la gente que se muestra tal y como es acepta que muchas facetas de nuestra vida están cubiertas por la incertidumbre, y que las corazonadas son tan necesarias como el conocimiento basado en hechos contrastados.
La honestidad consiste también en no juzgar el comportamiento de los demás a través de un esquema moral rígido, porque asumen que la personalidad de cada persona es lo suficientemente flexible y cambiante como para ir más allá de las convenciones sociales.
Es decir, que no intentan criticar a los otros, directa o indirectamente por comportamientos extraños o estridentes, porque eso sería como situarse en un escalón moral por encima de los otros sin merecerlo.
Las personas auténticas no tienen por qué creer que ciertas vulnerabilidades personales de los demás son buenas de por sí, pero las aceptan y no se ríen de ellas. Hacerlo implicaría dar a entender que ellas mismas no se han visto en una situación similar.
La autenticidad también se plasma en el modo en el que se muestra ante los demás la propia ignorancia. Las personas honestas preguntan por el significado de ciertas palabras aunque intuyan que todos los demás la conocen bien, y lo mismo ocurre con todo tipo de lagunas de conocimiento que puedan notar en su mente.
Las personas auténticas no huyen de las situaciones en las que hay que cooperar o pedir ayuda. Aunque no todas tienen por qué disfrutar de la compañía de los demás, no dudan en buscar respaldo en sus círculos sociales, y lo hacen sin tratar de hacer pasar esa situación por un favor mútulo para proteger su ego.
Te llamarán mujer de mal carácter,
Médico de familia
Nuestra capacidad de sentir, pensar y actuar depende del funcionamiento de nuestro cerebro en interacción con determinadas hormonas.
La felicidad es una experiencia íntima y espiritual, pero también puede ser explicada desde un punto de vista biológico, ya que está vinculada a un conjunto de hormonas que comunican a nuestras neuronas entre sí, enlazan nuestras emociones con nuestros pensamientos y transmiten las acciones que ordena nuestro cerebro.
Las hormonas son sustancias químicas producidas por diferentes glándulas del cuerpo. Cuando hay un déficit o exceso de estas hormonas aparecen patologías como la depresión, la ansiedad, la esquizofrenia, etc. Cinco de ellas pueden describirse como el «quinteto de la felicidad»: la serotonina, la dopamina, las endorfinas, la oxitocina y la melatonina. Vamos a ver cómo se pueden activar a través de procesos naturales y sencillos.
La serotonina crea sentimientos de satisfacción y bienestar y mejora la capacidad para soportar la tensión y el estrés diario. Su déficit puede participar junto a otros factores en el origen de la depresión y la ansiedad. Niveles bajos producen hiperactividad, agresividad, impulsividad, irritabilidad, insomnio, migraña y bulimia. En cambio, niveles altos favorecen la calma, el bienestar, la paciencia, el autocontrol, la sociabilidad, la adaptabilidad y la autoestima.
La serotonina se produce en el cerebro y en el sistema digestivo. La mayoría de la serotonina (entre 80-90%) se halla en el tracto gastrointestinal, por eso la tristeza se suele asociar con trastornos digestivos.
La dopamina ayuda a las neuronas a comunicarse entre sí. Está relacionada con la sensación de placer y de bienestar. Se considera el neurotransmisor de la motivación y nos induce a trabajar duro para conseguir nuestros objetivos; por eso, cuando hay un déficit de dopamina nos sentimos apáticos o desmotivados. También está relacionada con la memoria, la atención, el aprendizaje y el sueño.
Puede haber un déficit de dopamina cuando hay estrés crónico o cuando padecemos obesidad y nos alimentamos básicamente con comida ultraprocesada. El déficit de dopamina se asocia con riesgo de sufrir enfermedad de Parkinson, fobia social, trastorno por déficit de atención e hiperactividad y depresión.
La oxitocina se asocia al amor, el afecto, la sexualidad, la necesidad de cuidado, y a sentimientos como la empatía, el altruismo y la generosidad. Se la conoce como la hormona del amor, pero también de la humanidad, porque nos hace más empáticos y nos ayuda a construir lazos con otros seres.
Promueven la calma, el bienestar y el buen humor, retrasan el envejecimiento, potencian las defensas, aumentan el umbral del dolor y nos ayudan a superarnos frente a la adversidad. Las endorfinas reducen la sensación de dolor, tienen cierto efecto analgésico y disminuyen el impacto del sufrimiento.
Se produce en la glándula pineal. Regula el ritmo circadiano de sueño y vigilia, y coordina todas las células. Además es un potente antioxidante que nos protege frente al envejecimiento prematuro y al cáncer.
Cuando no dormimos bien no producimos suficiente melatonina, y lo primero que notamos es malhumor y dificultad para concentrarnos. A la larga, aumenta, además, el riesgo de ansiedad y depresión.
Cuando empieza a anochecer nuestro cerebro comienza a segregar melatonina. Conforme oscurece, aumenta la secreción, que alcanza su pico máximo entre las dos y las cuatro de la mañana. A partir de ahí y hasta el amanecer, su producción va decayendo. Cuando empieza a producirse la melatonina nos entra sueño y cuando deja de producirse nos despertamos. El ritmo de producción es cíclico y dependiente de la luz solar y artificial.