La disbiosis intestinal es una alteración de nuestra microbiota, muy común actualmente en toda la población. Aprendamos por qué ocurre y su relación con las enfermedades autoinmunes, la inflamación, las alergias, la obesidad y ciertos tipos de cáncer entre otros desequilibrios. El estilo de vida y la alimentación son claves para evitar y combatir la disbiosis intestinal.
Microbiota intestinal y sistema inmunitario
Nuestra microbiota intestinal, que es el ecosistema constituido por microorganismos presentes en nuestro intestino, es un componente clave en nuestro sistema inmunológico. El tejido linfoide asociado al intestino (GALT, por sus siglas en inglés) constituye la parte más compleja y extensa de nuestro sistema inmunitario, cuya acción defensiva es bastante potente. Además, en el intestino encontramos la mayor cantidad de células de nuestro organismo encargadas de producir anticuerpos. Los anticuerpos son proteínas utilizadas por el sistema inmune para identificar y neutralizar los elementos patógenos que llegan a nuestro organismo.
Las enfermedades asociadas a una respuesta anormal de nuestro sistema inmunitario han aumentado de forma significativa en los últimos 50 años. Parece ser que una de las principales causas subyacentes de este aumento de prevalencia reside en nuestra microbiota intestinal. Nuestra comunidad microbiana intestinal se encuentra compuesta por bacterias que conviven de manera simbiótica, bien sea en relación de comensalismo o de mutualismo. Además, en este ecosistema también encontramos bacterias y otros microorganismos con potencial patógeno. En el caso de una microbiota normal o saludable, toda esta población microbiana se encuentra en un correcto equilibro, de forma que todos conviven en consonancia y realizando correctamente sus funciones. No obstante, este complejo equilibrio puede romperse, algo que es relativamente sencillo con el estilo de vida y alimentación actual, lo que da lugar a una microbiota alterada, que recibe el nombre de disbiosis.
Qué es la disbiosis intestinal y tipos
La disbiosis intestinal, explicada de una forma sencilla y general, es una alteración en la estructura de la comunidad microbiana intestinal, que resulta anormal frente a lo que consideramos una microbiota sana y diversa (1).
Encontramos tres tipos de disbiosis intestinal:
1-Disbiosis intestinal por una mayor presencia de bacterias patógenas
En nuestra microbiota también residen microorganismos con potencial patógeno, pero cuando nuestra microbiota se encuentra en un correcto equilibrio los microorganismos patógenos se mantienen bajo control, sin causar ningún problema. Sin embargo, bajo determinadas circunstancias, se puede producir un sobrecrecimiento de estas bacterias patógenas (conocidas en inglés como pathobionts), siendo aquí cuando empiezan a surgir los problemas. En concreto, lo que ocurre es que se produce una expansión de las proteobacterias, en particular las de la familia Enterobacteriaceae, entre las que se encuentra la tan conocida E.coli y la Shigella, entre otros. En pruebas realizadas en ratones, se ha comprobado que aquéllos que padecían colitis y enfermedad de Crohn tenían una microbiota en la que existía esta mayor presencia de bacterias patógenas, algo que nos muestra la relación existente entre el desarrollo de las enfermedades autoinmunes y el estado de nuestra comunidad microbiana intestinal.
2-Disbiosis intestinal por pérdida de microorganismos beneficiosos
Las bacterias beneficiosas que alberga nuestra microbiota cumplen funciones muy relevantes, entre las que se encuentra la producción de ácidos grasos de cadena corta (SCFAs), como el butirato. Estos ácidos grasos ejercen una acción antinflamatoria y se estudian por su posible potencial en la prevención e incluso tratamiento de diversas enfermedades crónicas (2). Los ácidos grasos de cadena corta producidos por nuestras bacterias beneficiosas intestinales suprimen la inflamación mediante la reducción de la migración y proliferación de las células inmunes, reducen también diferentes tipos de citoquinas y además, actúan induciendo la apoptosis.
Nuestras bacterias intestinales beneficiosas, entre las que se encuentran las Bifidobacterias y los Lactobacillus, cumplen, además, otras muchas funciones aparte de la producción de ácidos grasos de cadena corta. Tener una adecuada presencia de Bifidobacterias en nuestra microbiota influye positivamente en nuestro sistema inmunológico y además, actúan combatiendo la inflamación y protegen nuestra barrera intestinal.
Sabiendo el efecto positivo que ejercen los microorganismos beneficiosos intestinales sobre nuestra salud, podemos entonces entender por qué su pérdida puede afectarnos de forma negativa. Esta pérdida de microorganismos beneficiosos intestinales que nos conduce a una disbiosis intestinal, en la actualidad se encuentra principalmente provocada por los hábitos de vida y alimentación, los cuáles describiremos más adelante.
3-Disbiosis intestinal por pérdida de diversidad microbiana
Cuanto mayor sea la diversidad de microrganismos que resida en nuestra microbiota, mejor se encontrará ésta, al igual que nuestra salud en general. El conjunto de estudios realizados al respecto vienen a concluir que una mayor diversidad microbiana intestinal se traduce en más beneficios para el huésped (nosotros). De hecho, se ha demostrado que los niños con menor diversidad microbiana intestinal presentan una mayor susceptibilidad a sufrir alergias y asma.
¿Cómo afecta a nuestra salud la disbiosis intestinal?
Tener alterada la microbiota intestinal supone un problema para nuestra salud, ya que nuestro sistema inmune se encontrará más débil, nuestra barrera intestinal se encontrará menos protegida y además, produciremos menos ácidos grasos de cadena corta (los cuales, tal y como he mencionado anteriormente, parecen jugar un papel bastante interesante en la prevención de diversas patologías crónicas, especialmente el cáncer colorrectal, el síndrome metabólico y además, debido a su acción antiinflamatoria (3), parecen ejercer una acción beneficiosa en casos de enfermedades inflamatorias intestinales). Además, si nuestra microbiota se encuentra alterada, nuestra salud metabólica también empeorará.
Es decir, la alteración del equilibrio de nuestra microbiota se traduce en un empeoramiento de nuestra salud y por lo tanto, en un mayor riesgo de sufrir enfermedades crónicas. De hecho, la disbiosis de la microbiota intestinal se encuentra asociada a diversos desórdenes, entre los que se encuentra la diabetes, la obesidad, diferentes tipos de cáncer (especialmente el colorrectal), alergias, síndrome metabólico, así como la enfermedad inflamatoria intestinal. Se ha comprobado que los individuos que padecen estas enfermedades suelen presentar disbiosis intestinal, bien sea por una excesiva presencia de bacterias patógenas, por una falta de microorganismos beneficiosos o por la falta de diversidad.
En realidad, no sabemos con claridad si estas enfermedades en sí son las causantes de la disbiosis intestinal o si la aparición de la disbiosis es anterior y es la que aumenta el riesgo de la enfermedad. Aunque no sepamos con total certeza cuál es la causa y cuál es el resultado, lo que sí podemos afirmar es que, en ambos casos, nuestros hábitos juegan un papel fundamental tanto en la prevención como en el transcurso del tratamiento, ya que existe una amplia evidencia científica demostrando cómo la alimentación y los hábitos de vida resultan esenciales para que exista un correcto equilibrio en nuestra microbiota.
Principales causas de la disbiosis intestinal
Antibióticos
Los antibióticos, cuando son necesarios, salvan vidas. Pero hay que hacer un especial énfasis en que hay que tomarlos cuando verdaderamente haga falta. Entre los principales problemas que ocasiona el mal uso de los antibióticos no sólo se encuentra la alteración de la microbiota intestinal, sino también la resistencia que nuestras bacterias generan hacia ellos. La resistencia a los antibióticos significa que las bacterias patógenas mutan en respuesta al uso de estos fármacos y esto ocasiona que las infecciones resulten mucho más letales, ya que su tratamiento se dificulta en gran medida porque los antibióticos dejan de ser efectivos.
El aumento de resistencia a los antibióticos también se está debiendo a su uso en la ganadería. Actualmente, la carne que generalmente se toma viene de animales a los que se le han administrado antibióticos, que incluso se emplean como “medida preventiva” para que los animales no sufran infecciones. Este uso de antibióticos, muchas veces indebido, está siendo una de las causas subyacentes del significativo aumento de resistencia a los antibióticos (4). Según la OMS, se trata de un problema muy serio que no para de aumentar. Por ese motivo, resulta esencial ser muy cauteloso acerca del consumo de antibióticos: en el caso de que resulten necesarios, deben siempre tomarse bajo el seguimiento e indicaciones del médico.
Sin embargo, debemos ser conscientes de que buena parte de las infecciones se pueden prevenir, y no solo mediante una correcta higiene, sino también con una alimentación saludable y unos buenos hábitos, que mantengan sana y fuerte a nuestra microbiota intestinal. Esto repercutirá positivamente sobre nuestra respuesta inmunológica y por tanto, tendremos menor riesgo de enfermar.
Alimentación alta en proteína de origen animal
Se ha demostrado que la elevada ingesta de proteína animal, especialmente la que proviene de carne roja y carne procesada, puede deteriorar el estado de nuestra microbiota y aumentar el riesgo de cáncer colorrectal (5). Seguir una dieta rica en carne roja y en carne procesada ha demostrado ejercer una acción inflamatoria y carcinogénica, que promueve la disfunción de nuestra barrera intestinal, el daño en el ADN y además, tiene un efecto genotóxico.
Desgraciadamente, el consumo actual de carne procesada es en muchos casos exagerado, ya que es común ver cómo se toma embutido prácticamente a diario, en forma de bocadillos o en las cenas. En cuanto a la carne, su consumo, en términos generales, también es bastante elevado. Esto, tal y como nos muestran los estudios científicos realizados al respecto, no sólo deteriora la salud de nuestra microbiota y promueve su alteración, sino que también puede aumentar el riesgo de cáncer (6), se ha visto asociado a un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular (7) y también de diabetes tipo 2 (8).
Baja ingesta de verduras y frutas
Las frutas y verduras deben constituir el elemento más abundante de nuestra alimentación. En cada comida del día, las frutas y las verduras deben ser las protagonistas. Son la mejor fuente de compuestos bioactivos con acción antioxidante, como los flavonoides, entre los que se encuentran las catequinas, la quercetina, las antocianinas y la rutina, entre otros; además, también son una excelente fuente de carotenoides (betacaroteno, luteína, licopeno…) y otros polifenoles como el ácido elágico. Estos compuestos dotan a las frutas y verduras de una importante acción antiinflamatoria y antioxidante, lo cual estimula la producción de los tan importantes ácidos grasos de cadena corta por parte de nuestras bacterias intestinales.
Además, las verduras y las frutas abundan en fibras fermentables, con acción prebiótica, como la pectina (se encuentra en la mayoría de frutas, siendo la manzana la que de las que más contiene), el almidón resistente (abunda en el plátano verde, en los boniatos y las patatas), los betaglucanos (las verduras que presentan un mayor contenido son las setas) y los fructanos (alcachofas, cebollas, puerros, espárragos). Estas fibras sirven de alimento para nuestras bacterias beneficiosas intestinales, estimulando su producción de ácidos grasos de cadena corta como el butirato.
El bajo consumo de frutas y verduras no resultará positivo para nuestra microbiota intestinal, ya que no obtendremos los beneficios mencionados. Además, si uno consume pocas verduras y hortalizas, significará que hay otros alimentos que están ocupando la base de la dieta, como los productos ultraprocesados (galletas, postres lácteos, cereales refinados, bollos, pizzas, salsas, etc.), la carne roja y la procesada, los cuales deterioran la salud de la microbiota y pueden a la larga provocar su alteración.
Baja ingesta de fibra
Las mejores fuentes de fibra son los alimentos de origen vegetal sin procesar (o mínimamente procesados): las verduras y hortalizas (brócoli, calabaza, tomates, alcachofas, espinacas, etc.), las frutas enteras (no en zumo), las legumbres (lentejas, garbanzos, alubias, guisantes), los granos integrales (copos de avena integral, el trigo sarraceno, quinoa y el arroz integral son los más recomendables), los frutos secos naturales (sin sal, ni fritos ni tostados) y también las semillas oleaginosas como las de lino y las de calabaza.
La fibra juega un papel fundamental en nuestra microbiota, en concreto la fibra fermentable, ya que ejerce una acción prebiótica. El alto consumo de fibra de forma prolongada en el tiempo está asociado con un menor riesgo de cáncer colorrectal (9) y también de cáncer de mama (10). La fibra presente en los alimentos mencionados anteriormente es fermentada por nuestras bacterias beneficiosas intestinales y entre los productos resultantes de dicha fermentación, se encuentran los ácidos grasos de cadena corta. En particular, el butirato ha demostrado que ayuda a mantener la buena salud de los colonocitos, intensifica el proceso de apoptosis y actúa inhibiendo la proliferación de las células cancerígenas. Por si esto fuera poco, la fibra ayuda a eliminar los posibles carcinógenos presentes en nuestro intestino, ya que aumenta el tamaño de las heces y mejora la motilidad intestinal.
Una ingesta insuficiente de fibra se traducirá en un empeoramiento del estado de nuestra microbiota, ya que no estaremos obteniendo la protección que nos proporciona la fibra procedente de alimentos enteros de origen vegetal frente al cáncer (11), la diabetes (12), la enfermedad cardiovascular (13) y la obesidad (14).
Obesidad y sobrepeso
Se ha demostrado que las personas con un exceso de peso presentan una microbiota alterada, por lo que mantener un peso saludable resulta también clave para evitar la disbiosis intestinal. La disbiosis intestinal también puede provocar un desequilibrio de la homeostasis energética, lo cual puede conducir a la ganancia de peso y la obesidad (15). Podríamos entonces decir que el estado de nuestra microbiota influye en gran medida sobre nuestra salud metabólica. Y mantenerla en buen estado, sin romper su equilibrio, nos ayuda a mantener un peso saludable.
Alimentos y hábitos para evitar la disbiosis intestinal
- Alimentación basada en alimentos de origen vegetal e integral: que nuestra alimentación esté mayoritariamente compuesta por frutas y verduras, seguida de legumbres, frutos secos naturales, granos enteros, tubérculos y semillas es una de las mejores formas de cuidar de nuestra microbiota, ya que estos alimentos abundan en antioxidantes y fibras fermentables con acción prebiótica.
- Limitar el consumo de proteína de origen animal: podemos obtener todas nuestras proteínas de alimentos de origen vegetal, pero, si se desean consumir también proteínas de origen animal, esto se debe hacer con especial moderación, intentando que no representen más de un 10% de nuestra dieta total. Las mejores opciones son el pescado azul de tamaño pequeño, los lactofermentados de ganadería ecológica y los huevos ecológicos. La carne roja y procesada deberían evitarse o limitarse al máximo su consumo.
- Consumir alimentos prebióticos: los alimentos de origen vegetal e integral, como los mencionados anteriormente, son la mejor fuente de fibras fermentables con acción prebiótica. Aunque es cierto que en este grupo podemos destacar a una serie de vegetales que presentan una riqueza especial de este tipo de fibra:
- Manzana cocinada: bien sea asada o en forma de compota (sin azúcar y casera) constituye una excelente fuente de pectina. Cuando la manzana se cocina, la pectina se absorbe mejor. Las zanahorias salteadas, el kiwi y los cítricos son también una buena fuente de pectina.
- Los boniatos, las patatas y las legumbres cocinados y enfriados durante 24 horas en el frigorífico. Preparados de esa forma, son especialmente ricos en almidón resistente.
- Plátano verde, que es muy rico también en almidón resistente.
- Copos de avena cocinados en forma de porridge, que resulta muy rico en betaglucanos. Las setas son también una muy buena fuente de betaglucanos.
- Semillas de lino, molidas o remojadas: son especialmente ricas en mucílagos.
- Cebollas, alcachofas, espárragos, ajo y puerro: riquísimos en fructanos.
- Consumir alimentos fermentados que contengan microrganismos vivos con acción probiótica: chucrut y pickles caseros, vinagre de manzana crudo, sin pasteurizar, miso sin pasteurizar, yogur y kéfir de cabra (preferiblemente ecológico). Otra opción aún mejor es hacer yogur y kéfir casero con bebida vegetal, siendo la de soja la que da el resultado más espeso.
- Consumir grasas de buena calidad: el aceite de oliva virgen extra consumido en crudo, el aguacate, las nueces y demás frutos secos crudos, así como las semillas oleaginosas (lino, sésamo, calabaza, girasol), presentan un perfil lipídico excelente. Además, son alimentos ricos en polifenoles, que ejercen una acción beneficiosa sobre nuestra microbiota. Los frutos secos, por ejemplo, especialmente las almendras y los pistachos, han demostrado ejercer una potente acción prebiótica y parece que su consumo aumenta la presencia de Lactobacillius y Bifidobacterias en nuestra microbiota intestinal (16). Para obtener estos beneficios, resulta especialmente importante consumir los frutos secos crudos, con su pielecilla, ya que es ahí donde se concentran la mayor parte de sus polifenoles. Además, al consumirlos crudos, nos beneficiamos al máximo de sus ácidos grasos cardiosaludables.
- Cocinar los alimentos de forma saludable: el vapor, el escaldado, los salteados y guisos a fuego lento son las mejores opciones. De esa forma vamos a aprovechar mucho mejor los fitoquímicos con acción antioxidante presentes en los vegetales.
- Evitar el estrés, el tabaco, el alcohol y el sedentarismo. Se ha comprobado que la práctica habitual de ejercicio físico influye de una forma positiva sobre nuestra microbiota intestinal, siendo éste otro motivo más por el que debemos realizar actividad física (17).
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