El cerebro empático configura en el ser humano un despertar hacia las emociones y necesidades ajenas. Es el resultado evolutivo de nuestra socialización, un vínculo orientado a conectar entre nosotros para convivir con mayor armonía, resolver conflictos y garantizar nuestra supervivencia. La empatía es (o debería ser) esa competencia con la que garantizar nuestro bienestar.
Decimos “debería” por una razón muy concreta. La mayoría sabemos que la empatía no siempre garantiza la acción humanitaria. Las personas somos capaces de intuir y leer las emociones de quienes tenemos delante y eso, sin duda, es maravilloso. Percibimos a quién sufre, notamos el miedo, leemos la angustia en otros rostros… Sin embargo, tras ponernos en los zapatos de los demás no siempre damos el paso hacia una conducta prosocial, no siempre facilitamos ayuda.
Así, tal y como nos explican neurólogos tan conocidos como Christian Keysers, del Instituto de neurología de los Países Bajos, aún sabemos muy poco sobre eso que se ha etiquetado como cerebro empático. El descubrimiento de las células espejo a finales de los años 90 por parte de Giacomo Rizzolatti nos hizo creer por un momento que el ser humano había llegado a ese eslabón evolutivo que muchos quisieron bautizar como homo empathicus.
Sin embargo, nuestro comportamiento sigue siendo bastante individualista. La empatía nos induce a conectar entre nosotros, a sentir como propias las emociones ajenas. Nos ofrece un poder extraordinario, lo sabemos… y a pesar de ello, no lo utilizamos con total efectividad. Tal y como nos recuerdan algunos científicos, nos falta un compromiso auténtico con la empatía, porque no basta solo con sentirla, hay que instrumentalizarla.Veámoslo a continuación.
El cerebro empático y su finalidad
Ya lo dijo Ortega y Gasset: sin el otro, sin esa otra persona que no soy yo, el ser humano no podría entenderse, como tampoco entenderíamos el concepto de sociedad. El hombre, decía, aparece en la sociabilidad como el Otro, alternando con el Uno y, a su vez, con el reciprocante. Esto que por sí mismo parece un juego de palabras configura una realidad que va más allá de lo filosófico, para llegar sin duda a lo psicológico y lo neurológico.
Las neuronas espejo, tal y como nos revela el doctor Keysers, antes citado, fueron las que conformaron nuestra idea de civilización. Y lo hicieron al tomar consciencia del otro, a ese a quien observo, a ese a quien imito y a su vez en quien me veo reflejado. El cerebro empático nos permite no solo entender el punto de vista de quien está frente a nosotros. Nos ayuda también anticipar intenciones o necesidades porque, de algún modo, nos vemos reflejados en los demás, porque para nuestro cerebro, “los otros” son también extensiones de nosotros mismos.
Si nos preguntamos ahora cuál es la finalidad real de la empatía cabe decir que no existe una única respuesta. Sabemos que ninguna capacidad nos conecta tanto los unos con los otros de forma tan fabulosa. Sin embargo, neurólogos de la conducta tan conocidos Vilayanur Ramachandran nos señalan que el fin del cerebro empático no siempre es generar el bien ajeno, no siempre buscamos ayudar o propiciar una acción humanitaria.
Porque empatía no es sinónimo de simpatía, y menudo, como es propio en todo escenario social, tenemos otro tipo de intereses…
El hecho de poder introducirnos en perspectivas ajenas, de ver el mundo con los ojos de otras personas, es a su vez un arma de poder. Nos permite construir modelos mentales muy complejos con los cuales saber, por ejemplo, si ese individuo que tengo ante mí tiene malas intenciones. Aún más, podemos incluso anticipar reacciones o utilizar debilidades a nuestro favor para manipular personas, para darles vuelo a sus emociones en beneficio propio.
Pongamos la empatía a nuestro favor para avanzar como especie
El doctor Ramachandran nos recuerda que las neuronas espejo supusieron un salto genético fabuloso en nuestra especie. Así, y a pesar de que también muchos animales tienen capacidades empáticas, en nosotros estas células especializadas supusieron un avance sensacional y propiciaron la aparición de la cultura, la sociedad y la civilización.
Nuestra conciencia se amplió, nuestro pensamiento se volvió más abstracto y la forma de relacionarnos se tornó más sofisticada. A instantes cruel y violenta, lo sabemos, pero también más humana, orientada a favorecer un mayor bienestar, un orden, un equilibrio. El cerebro empático es pues la esencia de nuestras relaciones sociales y también de nuestro aprendizaje, ese que poco a poco nos permitirá avanzar en la dirección adecuada.
Ahora bien, tal y como hemos señalado, la empatía no siempre va seguida de un acto prosocial. Cada persona muestra diferentes niveles de empatía, las neuronas espejo no funcionan de igual modo en todos los seres humanos y ello afecta a la interacción social, a nuestra capacidad para resolver problemas, a nuestra convivencia… Hay científicos que apuntan al hecho de que las neuronas espejo tiene un componente evolutivo y que por tanto, su poder puede ir avanzando generación tras generación…
Quién sabe si llegaremos a ese día en que ese poder de conexión nos facilite por fin una realidad con mayor armonía, equilibrio y respeto entre todos nosotros.
Valeria Sabater
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