EL NIÑO HERIDO.
No hay dudas que la infancia nos marca de por vida y deja huellas imborrables. Los niños son tan frágiles, tan dependientemente amorosos, que lo más triste es que harían cualquier cosa por nosotros.. Y muchas veces les devolvemos todo ese amor que sienten con desprecio, con malos tratos etc...
No hay solo que enfocar en que le vamos a heredar en términos emocionales y psicológicos, ya que para ese entonces ese niño convertido en adulto, será una persona podrida, adormecida por el dolor que vivió, hay que enfocar en el HOY... En lo que estamos haciendo HOY con nuestros niños.
Si pudiéramos dimensionar el daño, el dolor que ese niño está sintiendo, sufriendo, en este mismísimo momento, cada vez que le gritó, cada vez que lo abandonó, cada vez que no lo escucho, cada vez que lo atemorizo, cada vez que lo ignoro, cada vez que lo golpeó en el peor de los casos, dejaríamos de hacerlo por pura empatia, esa empatía que fue corrompida tiempo atrás en nuestra infancia, porque la teníamos, solo que la perdimos, la adormecimos de tanto sufrir.
Si lográramos recuperar esa empatía, si lográramos conectar con nuestro propio niño interior herido, ese niño que un millón de veces se sintió impotente, desprotegido, sufriente, lo que sea que estemos haciendo dañino, LO DEJARÍAMOS DE HACER, conectaríamos con nuestro propio dolor, ese dolor que congelamos para poder sobrevivir. Y es así que lograríamos conectar tanto emocional y espiritual con nuestros hijos y sus necesidades, con sus tristezas, con sus temores etc.
El secreto está en conectar con nuestro propio niño interior herido para luego poder conectar con las necesidades genuinas de nuestros hijos, si es que realmente no deseamos generar daño, y cortar así con la cadena de malos tratos, de abandono que se repite de generación en generación.
Les comparto un fragmento de Laura Gutman. Que describe tan amorosamente como debe ser tratado un niño.
No hay nada más sagrado que un niño pequeño. Nada más puro, más hermoso y más frágil que un niño pequeño. Por lo tanto, no solo nos corresponde adorarlos, sino cuidarlos como un fino cristal, porque de lo contrario, se rompen para siempre. ¿Qué hacemos frente a una joya única que nos han dado para custodiar? La envolvemos en un manto de terciopelo. Luego la adornamos con cintas de oro. Vigilamos que nadie se acerque. Velamos que no sea manoseada. La acariciamos suavemente para que brille cada día más. La resguardamos de vientos y mareas. La protegemos de violencias humanas. Y en el momento adecuado, la volvemos a entregar al camino. El valor de la alhaja es incalculable y cualquier rasguño que sufra, será nuestra responsabilidad. Solo deteniéndonos a observar la belleza infinita que emana de su luz, podemos vislumbrar el tesoro que llevamos en nuestras manos. Así son nuestros hijos, así de bellos, de luminosos y resplandecientes. Los niños merecen recibir desde el instante en que nacen, nuestro respeto genuino, complaciente y cotidiano. Cosa poco habitual. Quizás por eso sea ésta la más atroz contradicción de nuestra moderna sociedad: No honrar lo más bello y puro que tenemos, se convierte en una masacre colectiva. Por eso, hagamos unos minutos de silencio. Observemos a los niños. Ofrezcámosles nuestras mejores sonrisas, si no tenemos nada más para brindar. Acariciémoslos. Respetémosles el sueño, la vigilia, el hambre, el juego, el ritmo, el contacto, la curiosidad y el derecho a la verdad. Rindámonos ante ellos, tomando en serio cada pedido. Tratemos sus cuerpos con dulzura y dedicación. No los contaminemos con palabras furiosas. Recordemos que en los niños vibra el alma de la excelencia.
Danila del universo está a mi favor.
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