Uno sana...

Uno sana cuando el cuerpo y el alma están listos, como lo estuvieron cuando dijeron “soltá”, y soltaste.
Sana cuando entiende lo que no se puede entender desde afuera mirando como testigo.
Cuando se celebra la vida y también la partida.
Uno sana cuando se quiere vivo, cuando ve que el desierto se acaba y el oasis asoma en el camino.
Cuando lo siente en el aire, en los sonidos, en los olores, en los recuerdos, cuando sonríe grande, cuando se hace de nuevo vivo.
Uno sana no cuando le dicen que salga, viva, respire y ría, sino cuando un día se despierta y celebra la vida.
Uno sana cuando recuerda con emoción, con pulsión de vida y no de muerte. Cuando encuentra sentido, se desenoja, se recuesta en lo vivido con plenitud y alegría aunque la pena aparezca y haga remolinos.
Uno sana como cuando se deshoja una margarita, pétalo por pétalo, preguntándose, respondiendo, sintiendo, latiendo, hasta que la flor queda despedazada en el suelo y el proceso de deshojar calmó tu duelo.
Uno sana cuando puede, a su tiempo, no porque por mandato se sane de la noche al día, sino cuando la pena se extirpa del alma y se convierte en vida.
Tiempo es el que sana y amor contemplativo que acompaña en silencio sin presionar, con palabras suaves que acaricien las heridas y respeto por esos momentos en los que uno se esconde porque necesita meterse bien adentro para volver a sentir el latir de la vida.
Tarde o temprano…uno sana.

Mechi Mastandrea