La prisa no es buena consejera a la hora de tomar decisiones importantes. Una de ellas tiene que ver con los compromisos amorosos que muchas veces se contraen, antes de que la relación de pareja haya madurado lo suficiente.
Conocemos esos amores que llegan súbitamente y crecen sin control en poco tiempo: los hemos visto, quizá vivido. Está bien, es posible que Cupido haya hecho muy bien su trabajo y estés frente a un gran amor que se manifiesta desde el comienzo. Sin embargo, también es posible que ese gran amor se vaya al traste por la prisa con la que la pasión quema etapas y resuelve misterios.
Pasa, sobre todo, en las parejas jóvenes y en aquellas más mayores que sienten el paso del tiempo como una guillotina afilada sobre sus cabezas. Queman etapas a una velocidad abrumadora y cuando menos lo piensan, la relación parece agotada. La prisa hace que quieran vivir todo en un solo instante y, de pronto, de una experiencia muy intensa solo quedan esas cenizas que podemos identificar con el desinterés y el hastío.
El enamoramiento altera las hormonas y las neuronas. Es un estado delicioso que cualquiera quisiera prolongar hasta el infinito. De hecho, es posible extenderlo cuando en lugar de prisa, se ponen ciertas restricciones. Pero cuando se bebe de un solo sorbo, generalmente tiene los días contados.
“El hombre corriente, cuando emprende una cosa, la echa a perder por tener prisa en terminarla”.-Lao Tsé-
Las hormonas y la prisa
En la primera etapa de una relación de pareja, las hormonas suelen hacer de la suyas. La efervescencia es tanta que muchas personas se sienten literalmente embriagadas de amor. Es la etapa en la que el otro ocupa todos los resquicios del pensamiento. Cuando aparece, el corazón se agita. Brillan los ojos y las mariposas en el estómago revolotean como si alguien acabase de interrumpir su paz.
Ninguno de los involucrados tiene la menor duda de que ha encontrado al amor de su vida. Ese coctel de hormonas, que condiciona buena parte de la química cerebral, tiene la capacidad para alterar significativamente nuestro juicio y nuestra capacidad crítica. Sí: el amor es ciego, o al menos miope al debatir de la lógica.
Algunas parejas cometen un error en esta etapa. Esta equivocación consiste en que cierran las correas de su compromiso de manera prematura. La prisa por vivirlo todo en un instante se adueña de su razón y por eso avanzan hacia terrenos que tienen implicaciones en el futuro que todavía no han valorado. Vienen las promesas y los juramentos. Los pactos y el acceso ilimitado a la vida del otro. Por otro lado, nadie da un paso atrás por miedo a que el otro pueda hacerlo.
Decisiones a la ligera
A la hora de tomar decisiones trascendentes, la prisa no es una buena consejera. Hay parejas que ya están pensando en tener un hijo cuando su relación no ha alcanzado aniversario posible. O avanzan hacia terrenos más comprometedores sin conocer al otro, sin tener una complicidad estable, sin haber discutido ni una sola vez.
Para que una pareja avance hacia la consolidación, se requiere mucho más que una revolución hormonal. Hay que conversar. Mucho. También es importante dar tiempo para que se vaya configurando ese proceso de amoldamiento mutuo. Por más que se sientan almas gemelas, hay que darle tiempo al tiempo para que aparezcan las diferencias y se construyan mecanismos pacíficos para sortearlas.
La prisa no deja ver esas diferencias. Y si se ven, no se les otorga relevancia. En la primera etapa, cada uno está dispuesto a aceptar cualquier cosa que venga del otro, sin empeñar mucho sentido crítico en ello. Es obvio que sea así, ya que en esta primera fase el objetivo implícito es lograr el máximo nivel de identificación con el vínculo generado.
El encanto de la pausa
Son muchas las personas que están sedientas de intensidad. Se sienten vivos solo cuando pierden la razón momentáneamente y se entregan sin reservas a experiencias que disfrazan los problemas cotidianos con otro atuendo. Experiencias como ver ganar al equipo de fútbol favorito, enloquecer en un concierto o sentir el vacío de una caída libre con un paracaídas, por ejemplo.
La primera etapa del amor clasifica en ese grupo de experiencias. Es maravilloso sentirlo y vivirlo a fondo, pero comprendiendo lo que es: un momento de la relación, no la relación como tal. Aparecerán las ganas de recrear planes de futuro. Quizás vivir juntos y crear un nuevo núcleo. Sin embargo, pensemos que lo que sube muy rápido suele bajar igual de rápido… y no hay peor bajada que la de darnos cuenta un día que estamos ante un desconocido al que no nos une nada.
Quizás la convivencia en pareja ya no tenga tanto misterio como antes. Sin embargo, muchas parejas se dejan llevar por la prisa y no dan tiempo a que la relación madure. Así, el primer contratiempo quiebra el vínculo antes de florecer. Pensemos que dosificar y pausar también permite que la complicidad eche raíces en la tierra que luego va a ser esperanza y soporte a al vez.
Edith Sánchez
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