En última instancia, nuestra felicidad o bienestar, depende de nosotros. Delegarla en los demás solo será un hábito que terminará alejándonos de la persona que queremos ser, desdibujando nuestra esencia, hundiendo nuestra autoestima y convirtiendo a nuestro diálogo interior en el más cruel de los jueces.
Solo yo soy responsable de mi felicidad; solo yo y nadie más. Ya no exijo a otros que creen un mundo a mi medida, ya no pido validación a cada instante, nutrientes a mis desconsuelos ni salvadores para mis penas.
He aprendido que es mejor rescatarse a uno mismo para ganar en audacia y en fortaleza. Tampoco culpabilizo a otros de mis tristezas, ahora dejo a un lado rencores y asumo el valor suficiente para sanar decepciones y seguir avanzando en aprendizajes.
No es nada fácil alcanzar este nivel de aceptación y compromiso con nosotros mismos. No lo es por un hecho muy simple. A las personas nos cuesta asumir que nadie en este mundo tiene la obligación de hacernos felices. Quizás nuestros padres contribuyeron a generar esa ilusión en su día, pero cuando uno se convierte en adulto, la tarea de alcanzar ese nivel de bienestar y de realización cae sobre los propios hombros. En nadie más.
Y aún así, seguimos buscando la felicidad en brazos ajenos y no en los propios. A pesar de todo, anhelamos que sean otros quienes se esfuercen en recompensarnos, en desatar nuestros nudos, en allanar nuestros caminos para que nada duela, para que todo tenga el sabor de la alegría. Delegamos en los demás la tarea más importantes de nuestras vidas, que no es otra que la de aprender a ser felices.
Tal Ben-Shahar, profesor de Harvard y experto en materia de felicidad y liderazgo nos señala algo importante. Ese estado de elevada satisfacción es un proceso continuo de autoconocimiento. Es un acto de responsabilidad donde cada cual debe aprender a crear la realidad que desea vivir; nuestro día a día está lleno de opciones y solo nosotros podemos y debemos elegir nuestro amino.
«Cuando eres fiel a ti mismo en lo que haces, ocurren cosas fascinantes».-Deborah Norville-
Soy responsable de mi felicidad
Carl Gustav Jung introdujo en sus teorías un interesante concepto que vale la pena recordar. Nos referimos al daimon, una entidad que los romanos reconocían como un genio y los egipcios como Ba, la parte más espiritual del ser humano. Así, según el célebre psiquiatra suizo, en nuestro inconsciente se halla un daimon esperando emerger para dar forma a nuestro verdadero yo.
Ese arquetipo interno es el que alienta nuestro impulso creativo, el que nos otorga valentía, intuición y vitalidad. Ahora bien, el problema reside en que la mayoría del tiempo las personas mantenemos silenciado a ese genio interior. No le hacemos caso porque en ocasiones los mensajes pueden pueden ser confusos o hablar de cambios radicales. Al que es abogado le pide tener una vida artística.
Quien acude cada día a ese trabajo que le ofrece sustento, le clama que se escape de la rutina. A los que se sienten seguros en su zona de confort les pide que sorteen esa barrera y se desafíen a sí mismos. Todo ello sucede porque el daimon nos quiere libres, independientes y responsables de nuestra propia vida, no supeditados, ni alineados. Porque la felicidad, al fin y al cabo, requiere grandes dosis de atrevimiento.
Tu felicidad, tu responsabilidad
La mayor parte de los estudios realizados sobre el origen de la felicidad son muy limitados. Un ejemplo es el llevado a cabo en la Universidad de Missouri por parte de la doctora Sonya Lyobomirsky. En este trabajo se nos explica que la felicidad depende básicamente de tres factores: un componente genético, factores ambientales y las prácticas personales que cada uno llevemos a cabo.
Ahora bien, cabe señalar que en esa búsqueda por comprender cómo se alcanza la felicidad, hay elementos más significativos. Porque a veces, hay quien, incluso lidiando con unas condiciones de lo más adversas, se autopercibe como feliz. Hay quien, incluso sorteando una enfermedad o un contexto complicado, describe su vida como significativa.
¿Cómo es esto posible? Cuando se les pregunta por ello no dudan en dar una sencilla respuesta: he aprendido que solo yo soy responsable de mi felicidad, soy consciente de que todo depende de una sola cosa: mi actitud.
Soy responsable de mi felicidad, cuido el jardín de mi mente cada dia
¿Se puede ser feliz a pesar de las circunstancias externas? ¿Puede uno conservar el ánimo a pesar de la pérdida, del desamor, del desempleo o de la enfermedad? John Milton, el célebre poeta y ensayista inglés del siglo XVII dijo una vez que en la mente puede habitar al mismo tiempo el cielo y el infierno. Nada puede ser más cierto que esta antigua afirmación del autor de Paraíso Perdido.
La psicología cognitiva nos dice que nuestro bienestar depende solo de nosotros mismos y de aquello que habite en nuestra mente. Con cada interpretación que hacemos, en cada pensamiento, categorización, creencia y emoción vamos dando forma a la realidad que nos envuelve. De ese modo, nuestro bienestar y la felicidad no dependerá solo de lo que nos ocurra, sino cómo interpretamos lo que nos sucede.
Ahora bien, asumir el control de ese jardín interno que habita en nuestra mente no es tarea sencilla. Es algo en lo que trabajar cada día teniendo en cuenta algunos aspectos. Recordemos, por ejemplo, que nuestro bienestar no es, por norma, responsabilidad ajena. Culpabilizar a otros de nuestra infelicidad no hace más que supeditarnos al inmovilismo.
Tengámoslo en cuenta, asumamos un papel activo, proactivo y responsable en la construcción de nuestra felicidad. Nosotros llevamos las riendas. Nosotros creamos nuestra realidad en base a la calidad de nuestros pensamientos y emociones.
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