Recientemente se ha descubierto que el tubo digestivo está tapizado por cien millones de células nerviosas, no tantas como el cerebro pero sí equivalentes a las que podemos encontrar en la médula espinal. De ahí que se le haya bautizado, metafóricamente hablando, como “el segundo cerebro”. En él se encuentran multitud de neuronas, neurotransmisores, virus y bacterias que nos ayudan a regular nuestro estado emocional.
Este segundo cerebro se conoce como Sistema Nervioso Entérico y se trata de una unidad anatómica única que abarca desde el esófago hasta el ano. Al igual que el Sistema Nervioso, produce toda una serie de sustancias psicoactivas que influyen en el estado de ánimo: serotonina, dopamina, opiáceos para el dolor y sintetiza benzodiacepinas.
En él encontramos la Microbiota, o más comúnmente conocida como Flora intestinal: conjunto de microorganismos (virus y bacterias) que se comportan como un solo órgano, con memoria individual y colectiva a la vez. Junto con el cerebro influye directamente en el estado de ánimo, el carácter o el sueño. Por tanto, conocer y aprender a cuidar nuestro intestino y las bacterias beneficiosas que lo habitan, nos ayudará a mejorar nuestra salud emocional y evitar dolencias como la ansiedad y la depresión entre otras cosas.
Forman parte de nuestra cotidianidad expresiones como: "sentir mariposas en el estómago", "pensar con el estómago", "se nos encoge el estómago", etc. y todas guardan una relación estrecha con la sintomatología física que sentimos en nuestro sistema digestivo cuando predominan unas u otras emociones.
La función principal de la Microbiota es la de depurar las sustancias externas que llegan a nosotros, actuando de filtro, para después transformarlas en nutrientes, de ahí lo esencial de su papel. Elimina también las sustancias tóxicas y residuos que llegan al sistema digestivo y tiene la función básica de control de los microbios, microorganismos, patógenos y parásitos. Por tanto, podemos afirmar que es la base de nuestro Sistema Inmunitario.
Tras muchas investigaciones los científicos se dieron cuenta de que en el intestino había toda una serie de neuronas –100 millones– que cumplían, por un lado, la función reguladora del proceso digestivo y, por otro, una regulación emocional a través de multitud de mensajes que enviaban al Sistema Nervioso Central.
Será a través de Nervio Vago que se producirá la comunicación entre el cerebro y el intestino. Curiosamente se ha descubierto que de cada diez comunicaciones que hay entre cerebro e intestino, 9 van del intestino al cerebro y solo 1 al revés. Por tanto, podemos concluir que es mucho más importante lo que nuestro sistema digestivo le dice al cerebro que no lo que el cerebro le dice a nuestro sistema digestivo, cosa que hasta ahora no se había tenido muy presente y vemos que es primordial para nuestro equilibrio tanto físico como emocional.
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¿Cómo podemos cuidar nuestro Sistema Nervioso Entérico para que los mensajes que le mande a nuestro Sistema Nervioso Central vayan en concordancia con la salud, la armonía y el bienestar que deseamos?
El Sistema Nervioso está compuesto por toda una serie de neurotransmisores que le ayudan a comunicarse. Los más conocidos son la Serotonina, que a niveles bajos produce depresión, y la Dopamina, que está relacionada con los procesos de aprendizaje, de refuerzo y con la sensación de satisfacción que produce descubrir algo nuevo.
En defecto pueden provocar enfermedades como el Parkinson y en exceso pueden dar lugar a la aparición de brotes psicóticos. Pues bien, el 90% de la serotonina se segrega en el intestino, al igual que el 50% de la dopamina, y así hasta 30 neurotransmisores más. Al mismo tiempo, el intestino, se convierte en una laboratorio de benzodiacepinas, tranquilizantes naturales que genera nuestro cuerpo buscando un efecto ansiolítico.
Teniendo en cuenta todo lo anteriormente mencionado podemos afirmar que el Sistema Nervioso Entérico es el sustrato de la emociones básicas, lo que en psicología se llama Campo emocional positivo-negativo.
Las emociones son como las brújulas de nuestro cuerpo. La palabra emoción viene del latín Emotio que significa movimiento. Éstas nos informan de la acción más idónea para nosotros, acercarnos a algo que nos produce bienestar o alejarnos de algo que nos produce malestar.
Para entender mejor la vinculación de las emociones con nuestro intestino vamos a hablar de los tres tipos principales, según su funcionalidad, de microorganismos que habitan en él:
  • Entrópicos. Son aquellos que favorecen al caos, los oxidativos, los putrefactivos. Por ejemplo, cuando un organismo muere estos microorganismos entran en acción para ayudar en la descomposición.
  • Sintrópicos. Serían los antioxidativos, los que conservan, los fermentativos. Es decir, su función principal es la de colaborar, coordinarse para generar vida y desarrollar la evolución.
    Entre entrópicos y sintrópicos no se llega al 10% total de los microorganismos que intervienen, el 90% restante son los llamados:
  • Facultativos. Se les dice, coloquialmente, los oportunistas porque se arriman a aquellos de los dos anteriores que vayan ganando. En realidad son los que consiguen el equilibrio vital, ya que si son los sintrópicos los que predominan, el resto de células van a ir hacia la armonía, el orden y por tanto el desarrollo y la conservación.
Pues bien, al igual que en los microorganismos existen Emociones entrópicas y sintrópicas. Todas funcionan dentro de un mismo eje, de un par opuesto. Por ejemplo, el amor con el miedo, el placer con el dolor,  la ansiedad con la calma, la euforia con el abatimiento, etc. En este eje siempre va a haber un lado entrópico –caótico, putrefactivo– y un lado sintrópico –armónico, saludable–.
Ambos son necesarios, no hay emociones negativas, todas son positivas puesto que tienen una función adaptativa con nuestro entorno para que podamos sobrevivir, otra cosa es que sean agradables o desagradables. Nos trasmiten el mensaje que nos ayuda a identificar y cambiar aquello que no nos gusta. Pues bien, las últimas investigaciones han demostrado que estas emociones básicas se generarían en el intestino.
Cuando nuestro sistema digestivo, en este caso la microbiota, tiende hacia el caos y la putrefacción, las emociones que se manifiestan también son de abatimiento, sensación de que nada tiene remedio y que todo va a ir a peor. En cambio, cuando en nuestro mundo intestinal predomina la fermentación, la conservación y el equilibrio, el mensaje emocional que lo acompaña es de energía, claridad, me siento capaz, etc.
Poniendo atención a la microbiota, principalmente a lo que comemos, podemos llegar a generar la base emocional que necesitamos, ya que los mensajes que ambas mandan a las células determinan nuestro estado de bienestar físico y psicológico. Cualquier dolencia sea física o psicológica siempre tiene un reflejo en el otro aspecto, es decir, no hay emoción sin efecto físico, no hay dolencia física sin contraparte emocional y no hay manera de abordar alguna dolencia si excluimos alguno de los dos aspectos.
En la actualidad en el campo de la psicología y la psiquiatría se está utilizando la regeneración de la flora intestinal como alivio de los problemas psicológicos. En dolencias como la ansiedad y la depresión, es común encontrarnos con una inflamación intestinal crónica, incluso en problemas cotidianos de irritabilidad, variabilidad del ánimos, incapacidad de afrontar determinas situaciones o la fatiga emocional.
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¿Cómo podemos ayudar a nuestro intestino en la mejora de nuestro estado de ánimo?
Como, en definitiva, somos lo que comemos, ayudaremos a nuestros sistema digestivo con lo que se conoce con el nombre de nutrición simbiótica. Los alimentos simbióticos son aquellos que contienen microorganismos afines a nuestra microbiota, es decir, para comer saludablemente y sentirnos bien debemos poner la atención en qué le gustaría comer a nuestros microbios.
Como hemos mencionado anteriormente la serotonina es nuestra aliada en el estado de ánimo y se produce en un 90% en nuestro intestino, es por ello que le vamos a prestar especial atención en este apartado y ayudarte a descubrir cómo puedes aumentar su consumo, ¿te parece?
Los alimentos ricos en serotonina nos ayudan a dormir mejor y afrontar estados emocionales adversos como la depresión y la ansiedad entre otros. Se trata de un neurotransmisor que influye en nuestro estado de ánimo y en nuestro apetito.
¿Qué pasa cuando segregamos poca serotonina? Que podemos padecer depresión, insomnio, ansiedad, estrés e incluso sobrepeso o disminución del deseo sexual.  En cambio, cuando segregamos la suficiente conseguimos el efecto contrario: se produce una sensación ansiolítica –ausencia de dolor–, nos ayuda a relajarnos y tranquilizarnos, regula el apetito, disminuye la depresión, mejora el sueño y ayuda a regular los niveles de insulina en sangre –algo esencial para las personas diabéticas–.
Pues bien, ¿Cómo podemos producir serotonina? Para liberar serotonina el cerebro necesita de triptófano, un aminoácido esencial relacionados con el sueño y el placer. Veamos qué alimentos son ricos en dicho aminoácido, los llamados antidepresivos naturales, de acuerdo?

  • Cereales (mijo, quinua, arroz integral, avena)
  • Frutos secos (semillas de sésamo, semillas de lino, pipas, almendras y, sobre todo, las nueces y los dátiles)
  • Carnes magras (Pollo y pavo)
  • Pescados (salmón, atún fresco, arenques, caballa o sardinas)
  • Legumbres (Lentejas, garbanzos
  • Verduras (hortalizas como el brócoli, habas, guisantes, alcachofa, maíz, coliflor, calabaza, setas y verduras de hoja verde)
  • Frutas (piña, aguacate, kiwi, ciruelas, mago y plátano)
  • Algas marinas (espirulina)



En cambio, evitaremos aquellos alimentos que generen entropía, es decir, oxidativos, pro-inflamatorios, que no favorezcan al buen funcionamiento de nuestro sistema digestivo:
  • Harinas refinadas
  • Azúcar blanco
  • Lácteos
  • Refrescos carbonatados
  • Carnes rojas o embutidos (no se trata de no consumirlos, sino más bien de no excederse en su consumo)
  • Aditivos químicos
  • Alcohol y tabaco
  • Fármacos (antibióticos, antiinflamatorios)