28 enero 2019

Admiro a la gente noble que no se cree más que nadie

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A todos nos gusta la gente noble y humilde que no se cree más que nadie, que promueve a través de sus acciones la importancia de conocer las propias limitaciones y de no hacer un alarde innecesario de virtudes y bondades.
La gente noble huye de la humildad falsa y afectada, del “yo lo hago todo mejor”, del orgullo narcisista y del egoísmo desmesurado. Y es que el contoneo de aquellas personas con aires de superioridad resulta tan insoportable como despreciable.
Asimismo, como veremos a continuación, hablar mucho y presumir en demasía y con altanería de lo que uno tiene y de lo que uno hace suele ser el reflejo de algún tipo de carencia, vacío o descontento con la vida de uno mismo. O sea, lo que habitualmente expresamos con aquello de “mucho ruido y pocas nueces”.
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Una lección de humildad

Caminaba con mi padre cuando él se detuvo en una curva y después de un pequeño silencio me preguntó:
-Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más?
Agudicé mis oídos y algunos segundos después le respondí: “Estoy escuchando el ruido de una carreta”. Eso es -dijo mi padre-. Es una carreta vacía.
Pregunté a mi padre: “¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos?” Entonces mi padre respondió:
-Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por el ruido. Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace.
Me convertí en adulto y ahora, cuando veo a una persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de todos, siendo inoportuna o violenta, presumiendo de lo que tiene, sintiéndose prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír la voz de mi padre diciendo: “Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace”.
 La humildad consiste en callar nuestras virtudes y permitirle a los demás descubrirlas. Nadie está más vacío que aquel que está lleno de sí mismo.

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Dime de qué presumes y te diré de qué careces

Las personas completas son las mejores porque no tienen necesidad de competir o de tener razón. Tampoco les hace falta aparentar o mentir, pues lo que son se muestra en sus actos, en su templanza y en su saber estar.
Por eso la humildad tiene como base el respeto a los demás y la amabilidad. Este es el trasfondo de las miradas sinceras, artífices de estos sentimientos que nacen del corazón.

Pero hay gente que, tristemente, está tan vacía que su carreta hace mucho ruido, que se harta de presumir y vanagloriarse, que no contempla la realidad emocional ajena y que necesita demostrar su valía a través de palabras huecas y puertas entornadas.
Este desolador vacío es consecuencia de una baja autoestima, de la ausencia de posibilidades y de una educación emocional empobrecida. Por eso siempre es preciso e importante trabajar nuestros vacíos, carencias y capacidades.
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No obstante, cuando conseguimos algo muy importante para nosotros es normal y habitual mostrar orgullo. Sin embargo, del orgullo por el esfuerzo y el objetivo conseguido a la altanería y arrogancia hay un trecho.
En este sentido, para ser humilde con nuestros logros y éxitos debemos tener claras dos premisas que constituyen el cimiento de la bondad y la nobleza:
  • No es necesario presumir de tus logros, es suficiente con esperar a que sigan tu ejemplo. En mejorarse a uno mismo y a los demás está el verdadero logro.
  • No es necesario reclamar a la vida lo que te hace falta, es necesario con agradecer lo que te ha dado.
Nada de lo que podamos conseguir nos hace dignos de alabanza ni superiores a los demás. Solo la bondad y la humildad nos ayudan a elevarnos y se constituirán como soportes de nuestra felicidad en el camino.
La mente es maravillosa 

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