Un mensaje, una llamada y están ahí: nuestras exparejas vuelven de nuevo. Justo cuando habíamos exorcizado sus nombres y oxigenado nuestros corazones regresan como adictos en busca de su dosis de ego. Aparecen como vendedores de humo evocando los buenos momentos compartidos, idealizando un amor que en realidad nunca fue perfecto, ni ideal ni aún menos saludable.
Parece sin duda el título de una película de terror de serie B: Los ex siempre vuelven. No obstante, esta afirmación a menudo tan compartida no es cierta ni se cumple en todos los casos. Relaciones afectivas las hay de todos los tipos, más o menos felices, más o menos maduras y con protagonistas caracterizados por diferentes estilos de personalidad y comportamiento.
“Yo es el ego, quiero es el deseo; elimina el ego y el deseo y tienes la paz”.
-Sri Sathya Sai Baba-
Los hay que vuelven, no hay duda, pero también los hay que desaparecen para siempre, al igual que las lágrimas que un día vertimos por su persona y los hay que siguen presentes en nuestro círculo social hasta el punto de mantener con ellos una relación cordial y amistosa. Cada persona es un mundo y cada mundo presenta su propia “biodiversidad” psicológica.
Ahora bien, entre toda esta flora y fauna existe un patrón que suele repetirse de forma frecuente. Nos referimos cómo no a ese ex que decide regresar para desbaratarlo todo, que vuelve famélico de reconocimiento y que llama a nuestra puerta del mismo modo que vuelve a ella: con egoísmo.
Cuando nuestras exparejas vuelven para reclamar lo perdido
A veces nuestras exparejas vuelven reclamando algo que creen suyo. Las estrategias psicológicas que suelen utilizar para hacer suyos nuestros espacios emocionales son tan recurrentes como desgastantes. No dudan en indicarnos que solo ellos/as saben hacernos felices, que nadie nos conoce tanto ni tan bien y que lo vivido entre los dos fue algo irrepetible, algo que no podemos dar por perdido.
Acuden a nuestros portales psicológicos llamando con exquisita dulzura haciéndonos recordar pedazos de un pasado que reabre de nuevo las heridas, que las infecta y nos roba ese equilibrio que tan costosamente habíamos conseguido. Asimismo no falta quien nos recuerda eso de que “quien se va sin que lo echen vuelve sin que lo llamen”. A menudo se cuestiona que no dimos un firme final a esa relación y que de alguna manera, al no dejar claras las cosas propiciamos que nuestras exparejas vuelvan.
Queda claro que no es cierto. Hay personas que no conciben los finales, que ni viven ni dejan vivir y que incluso se creen con pleno derecho a reclamar lo que piensan que es suyo. Son situaciones en ocasiones muy dañinas e incluso violentas propiciadas por un mecanismo cerebral tan complejo como peligroso. Así, autores tan célebres como la antropóloga y bióloga Helen Fisher nos indican que hay personas incapaces de gestionar y tolerar una ruptura afectiva.
Sus cerebros suelen mostrar una hiperactividad en el ventrículo tegmental y en el núcleo accumbens. Son regiones relacionadas con las adicciones, con las obsesiones y ese sistema de recompensa que se intensifica con la excesiva liberación de un neurotransmisor muy concreto: la dopamina.
En ocasiones decimos basta, basta a vivir en una noria emocional continua, a hacer vida con personas donde todo son dramas y que agotan todos nuestros recursos. Sin embargo, y a pesar de dejar claro y con contundencia que todo ha terminado, nuestras exparejas vuelven para reclamar lo que creen es suyo, a invadir y desbaratar espacios llevados por una enfermiza obsesión.
No abramos de nuevo puertas que merecen estar cerradas para siempre
A veces nuestras exparejas vuelven cuando pasan por un mal momento con sus nuevas parejas. Es algo muy común. Justo cuando no reciben la atención suficiente o cuando sus reservas de ego están en rojo y bajo mínimos envían un mensaje lo bastante florido y cargado de evocadora nostalgia cuando menos lo esperamos. Y a veces, caemos.
Que caigamos en la trampa es comprensible, que sigamos el anzuelo hasta tragárnoslo no es recomendable. En el momento que se toman rumbos distintos y cada cual rehace su vida, no es sano que uno llame a la puerta del otro llenando de barniz lo que ya dejamos atrás. Tampoco es digno ni aceptable que se busque la atención de la expareja justo cuando no nos sentimos lo bastante valorados con una relación actual.
Los “terroristas emocionales” existen, y los hay en ambos sexos, queda claro. Llegan a nosotros para destruir todo lo edificado tras la ruptura, acuden con regalos trampa, con palabras que son cepos, con halagos de doble fondo. Debemos por tanto tener buen olfato y un radar siempre actualizado para detectar a esa expareja movida por el ego en lugar del amor, a la persona que se nutre de los intereses y no de los afectos auténticos.
Cada pareja es un mundo lo sabemos y es muy posible que relaciones que dejamos atrás merezcan una nueva oportunidad. Eso es algo que cada uno deberá valorar con meticulosa sabiduría y nunca por impulso. Sin embargo, si hay algo que debemos tener claro es que hay puertas que no merecen ser abiertas de nuevo, es más, hay umbrales que nunca debieron ser cruzados.
Ya que lo hicimos, ya que lo intentamos y vivimos una experiencia que nos dejó más marcas que sonrisas, seamos inteligentes, seamos cautos y echemos el candado ante quien solo viste falsedades.
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