15 febrero 2019

Reflexión

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Comprendí que a medida que pasa el tiempo, uno quiere vivir más tranquilo.
Desabrochar cinturones que aprietan, sacarnos mochilas de la espalda y estar liviano. Que ya no le tenemos tanto pavor a pronunciar la pequeña palabra NO, porque en definitiva la intuición se vuelve nuestra mejor aliada. Ya no quiero asistir a reuniones en donde todos hacen ruido y poco se dice, salvo que realmente lo desee. Ya no me preocupa el qué dirán como me importaba hasta hace unos años, mis tiempos personales se han vuelto sagrados. Estar un domingo a la mañana en el balcón con mis plantas bajo el sol, o en el sillón escribiendo, es más valioso que dormir hasta las 12 del medio día.
Mi paz interior se está volviendo el lugar en el que siempre quiero estar, es más, me iré a vivir ahí, en cada decisión que tome para estar más cerca de mis sueños. Descubrí también a fuerza de lágrimas, que las palabras que no se dicen lastiman mi alma, así que estoy practicando el acto de decir en el momento justo o simplemente retirarme a tiempo de donde sea que no soy feliz. Tal vez sea un camino de vuelta a casa, a mi origen, tal vez sean los años, tal vez no lo sepa nunca.
A medida que crezco descubro que me empiezo a quedar con pocas cosas y personas, que lejos de ser traumático, es liberador. Poco, pero bueno, eso sí. Porque llega un momento en el que no sirve aparentar o "pilotear" situaciones que poco tienen que ver con uno.
Si nos crecen las alas, son para volar, no para vivir en el suelo.
Bendigo el momento en que pude darme cuenta de estos hechos, tan sanadores.
Vivir de cara al cielo, respirar sin culpas, dejarse ser, trabajar por lo que deseamos, saber elegir, saber vivir.

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ƝƛƬƛԼƖƛ ԼЄƜƖƬƛƝ

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